“Life here is like leave in hell.
You all listens the stranger
stop you and asks:
From which side o’ the road
the wind gonna blow tonight?
tell me brother, before
I take this long ride.”
A Billie Holliday y Max Roch
Hay noches que desconoce para qué lado soplará el viento. Esas noches cuando todo luce nublado a pesar del brillo intenso de los cigarrillos en la oscuridad, y se siente que llueve adentro del ser, aunque no caiga una gota. Entonces, la buena música va más allá de las hélices del abanico, que cuelga de los ojos insomnes igual a líquenes ergonómicos para resarcir la penitencia, si eres metafísico o la tortura de tratarse de un secular. Los cigarrillos entran y salen estrangulados por los bulevares de los dedos, buscando traducir ansiedad al lenguaje del optimismo o ponerle costo a las rencillas del entusiasmo pequeño burgués con el que, la angustia define en estos tiempos la existencia de un prolífico escritor mediocre.
En mi auto-flagelación neurótica busco interpretar en mi intelecto leyes absurdas como “La Jim Crow”*, que empujó a Mingus a escribir una de sus piezas clásicas y quizás, el manifiesto jazzístico para el Movimiento de Los Derechos Civiles: aquel viento de verano fresco contra la injusticia y el vicioso racismo. Linchamientos, atropellos, violaciones, incendiar iglesias y bombardear niños eran entretenimientos comunes para hordas de racistas, que se tomaban fotos junto a jóvenes negros, linchados en los árboles, souveniles macabros como dice la famosa canción de Bob Dylan. “But, hold a minute” ese inhumano lastre que soñábamos haber extinguido, es hoy por hoy, “The new expresion of freedom” en boca de caza inmigrantes y xenófobos amaestrados por la inteligencia. Basta vendarse la sensatez y arrojarse a cruzar frente a un pequeño grupo de duendes para sentir en la piel sus escalofriantes miradas, decirte: “hi”, un “hi” suprematista, que produce escalofrío, con barbas y bigotes entumecidos en las aguas turbias del cinismo.
Fue a través de las canciones de Billie como entré en contacto con “The history of the magical place”* que se vivía en su época, donde “la soga” era el principio y autoridad de la ley como también la leña para la hoguera sutil del racismo. La marginación social sufrida por los afros americanos y el boom industrial capitalista alcanzado en la sociedad del cuarenta y cincuenta en Los Estados Unidos empujó mareada tras mareada de empobrecidos inmigrantes provenientes del Sur hacia las grandes ciudades del Norte, como Chicago, Detroit, Cleveland, entre otras. Huían del racismo y de la más espantosa miseria. Una vez asentados en las nuevas ciudades muchos de entre ellos eran músicos, cantantes y artistas que trabajaban para clubes nocturnos, centros de baile, sirviendo de entretenimiento a la población negra segregada en los guettos y suburbios, pero más tarde, como la música tiene alma y no color de piel, terminó encantando los oídos de la clase media blanca, ahora convertida, en fiel amante del Blues y el Jazz.
Billie, mi amante de la angelical flor en su pelo recogido en forma de torbellino, como era su vida. Fue la amante anónima que un día soñé tener, pero que nunca tuve, porque para su tiempo, yo era un mocoso en un pequeño pueblo tercermundista. Pero desprenderme de sus ojos me ha costado casi la vida. “My Lady Day”. A veces pienso, qué hubiera sido sí Billie no hubiese tenido que vivir en un ambiente tan hostil como también contra lo suyo, pero entender esta ballena lleva tiempo, sangre y dólares. Esa amorosa relación nunca correspondida entre Billie y yo me llevó a explorar en su personalidad para entenderla como mi mujer ideal y a través de ella conocer esa otra realidad oprobiosa contra mis hermanos afro-americanos, que se rehusaban a aceptar el amor del desprecio y la bondad de los abusos.
Que Billie Holliday fuera una especie de diosa en el escenario, no hizo de ella la excepción, porque también padeció el racismo, sobretodo durante su infancia en los estados del Sur antes de convertirse en la famosa, Lady D. Mi Afrodita del jazz... De ser testigo activo de la oprobiosa situación de sus semejantes le nació aquel espíritu autodestructivo, de querer refugiarse en el alcohol y el uso de drogas como paliativos contra la impotencia. Hoy por hoy los sauces aún continúan llorando en el sur, fueron tantas las atrocidades que presenciaron, que se niegan a levantar sus ramas o a mirar a los ojos de quien los planta. De la misma manera como los afros americanos del sur les estaba prohibido mirar a los ojos de una persona blanca, so pena de ser asesinado por turbas organizadas por el Ku-Klux-Klan con la anuencia expresa de las autoridades locales y estatales. Basta con recordar el caso del niño Emmett Hill* brutalmente asesinado y cuyo cadáver fue arrojado al río Tallahatchie.
El jazz vive por Billie de la misma manera, que el blues ve a través del melancólico crisol de los ojos de Bessie Smith y ni hablar del bohemio amor del rock con Janis Joplin. A cada género una diva y cada loco la melomanía de un tema...
Daniel Montoly©
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