La escritora peruana Blanca Varela, fallecida el pasado 12 de marzo, es considerada una de las voces más originales de la poesía en lengua española y una de las mujeres más importantes de América Latina
por Alfredo Herrera Flores
En pocos minutos la noticia dio la vuelta al mundo. Blanca Varela ha muerto. La tarde del jueves 12 de marzo, esas cuatro palabras se desplazaron a todas las salas de redacción, abarrotaron las páginas digitales en todos los idiomas y se internaron en los círculos literarios más diversos, deteniéndose en todas las paradas imaginables de la infinita y violenta autopista de la información. Es que la poeta limeña es la peruana más universal.
Decir que la muerte motiva el homenaje postergado no es tan cierto en el caso de esta escritora sobria y templada. Ha sido reconocida y premiada con galardones como el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo, el Premio de Poesía Federico García Lorca y el Premio de Poesía Hispanoamericana Reyna Sofía, además de su postulación al Premio Nobel de Literatura y de las múltiples distinciones académicas en el Perú y el extranjero y de las ediciones literarias que se han publicado en su honor.
Pero sobre todo ha sido reconocida por los jóvenes como un importante ejemplo a seguir desde que empezara a ser vista como una de las voces más originales de la poesía en lengua española.
Pero a Blanca Varela había que verla (y escucharla, sentirla) a través de su poesía y su presencia, como aquella vez de los primeros años de la década del noventa, cuando la Universidad San Agustín de Arequipa organizó, de la mano del poeta Hugo Yuén y otros aventureros, el ciclo de poesía “La república de los poetas”. Cada semana un poeta excepcional se instalaba en la recién inaugurada sala Mariano Melgar, del también recién recuperado Claustro Menor de la calle San Agustín, y leía y conversaba con el público.
Por ahí pasaron Washington Delgado, Pablo Guevara, José Ruiz Rosas, Javier Sologuren, Antonio Cisneros, entre otros. Pero en ningún caso el soberbio salón de sillar y madera estuvo tan colmado, repleto, tan pasmado y tan encandilado como cuando Blanca Varela ocupó su silla, cogió delicadamente el micrófono y, después de mirar sosegadamente a cada uno de los asistentes, leyó sus poemas. Al otro lado la mudez, era como si te leyera al oído. No había silencio ni melodía que se compare a su voz perfecta, a su entonación exacta, a su cadencia invisible.
Al final de la lectura, el moderador tuvo que ser el primero en dar unas palmaditas tímidas para romper el frágil mutismo en que aún se mantenía el público, varios minutos después había que llamar a la cordura para que cesaran los aplausos. Al lograrlo, el moderador, que en ese momento era solo una sombra, una especie de fantasma que nos guiaba en el limbo, invitó a que se le hiciera alguna pregunta a la poeta. Nuevo y más tenso silencio, hasta que en medio del salón se levantó una mano, como si fuera la de un escolar en el primer día de clases, el hombre se puso de pie y dijo “por favor, señora, léanos un poema más”. El respetable aplaudía largamente de pie.
Blanca Varela pertenece a la extraordinaria promoción de poetas que los teóricos han dado en llamar Generación del 50. Hemos sentido ya la inevitable partida de varios de ellos. Casada muchos años con el pintor Fernando de Szyszlo, tuvo que soportar la trágica muerte de su hijo Lorenzo en el accidente aéreo de Arequipa, hecho que aceleró el desgaste de su salud, hasta postrarla en cama los últimos años, alejándola de cuanta presentación pública y homenaje que se organizaba en su honor.
El título Canto Villano, bajo el cual aparece toda su obra poética, se ha convertido pronto en un clásico de la literatura latinoamericana, y algunos de sus versos son materia de reproducción en cuanta instalación, feria o festival de cultura haya. Su biografía está entre las de las mujeres más importantes de América y su influencia literaria es reconocida de manera sincera por las últimas generaciones.
A lo largo de su vida ha ejercido el periodismo y cultivado amistades importantes con otros artistas universales, peruanos como José María Arguedas, Emilio Adolfo Westphalen y Jorge Eduardo Eielson y extranjeros como Julio Cortázar, Ernesto Cardenal y Octavio Paz; ha mantenido prudencia en diversos círculos literarios y artísticos y ejercido funciones de promoción cultural como la dirección de la filial peruana de la editorial Fondo de Cultura Económica, de México.
En su libro Concierto animal (1999) hay un poema premonitorio, con las palabras que seguramente ella misma nos habría anunciado su partida:
esta mañana soy otra
toda la noche
el viento me dio alas
para caer
la sin sombra
la muerte
como una mala madre
me tocó bajo los ojos
entonces dividida
dando tumbos
de lo oscuro a lo oscuro
giré recién llegada
a la luz de esta línea
en pleno abismo
abriéndose
y cerrándose
la línea
sin música
pero llamando
sin voz
pero llamando
sin palabras
llamando.
Tomados de Los Andes.
1 Comments:
Estimado Daniel: Casi por una casualidad es que he visto que has reproducido mi artículo a raíz de la muerte de la poeta Blanca Varela. Estas breves palabras son para agradecerte la deferencia y felicitarte por tu trabajo. Visita: www.lasillaprestada.blogspot.com
Un abrazo.
Alfredo Herrera
Post a Comment
Subscribe to Post Comments [Atom]
<< Home