Tuesday, August 20, 2013

Reseña: El don y la presencia

Con Los presentes de la muerte, Miguel Alejandro Valerio (República Dominicana, 1985) obtuvo el I Premio Interuniversitario de Poesía de Editorial Paroxismo. Ya desde el título, tan rico como sugerente, que presenta la muerte, cualquier muerte, como un don y, a la vez, como una actualización de la experiencia fundadora de la angustia existencial, este libro trata de una vida siempre íntima y a veces recóndita, agazapada en el pasado. Un yo encarnado bucea en las aguas turbias de la infancia en busca de los dones de la muerte y las existencias que, entrelazadas, derraman una música en sordina, para emerger en un presente marcado por el tiempo que huye: “nunca regresa al espejo el mismo hombre”, afirma Valerio, reescribiendo la célebre sentencia de Heráclito, para después detenerse en esos “rostros que jamás volveremos a ver”.


La muerte, en efecto, es un don y una presencia; la presencia y la dádiva misma de la vida. La muerte es una serie de tiempos implacables y presentes, porque “el que muere no es el muerto, sino el que le sobrevive” (Jaime Sáenz). La muerte de seres queridos, la muerte de la inocencia, la muerte de Dios. Con elegante contención y lucidez, la escritura de Valerio se hace errancia por “las mil y una noches sin electricidad de [la] niñez”, en busca de alguna luz que no sea la de la muerte. Un viaje paralelo al de la vida, sin otra posesión que la memoria –“el verdadero equipaje”–. Una escritura que, en ciertos poemas, se hace lúdica, recordándonos que toda escritura es solo un juego ante la muerte. Un juego que, en un perpetuo hacerse y deshacerse, no puede tener fin, pues la muerte acecha, los brazos llenos de presentes. Porque –como escribe el poeta de forma admirable– “la niñez es un juego / dejado a medias / para siempre” y “también la vida / padre Shakespeare / es un país del cual no se vuelve”.


Libro terriblemente unitario, de una coherencia sobrecogedora, despojado de titubeos juveniles y de modas, Los presentes de la muertenos ofrece el don y la presencia de una voz madura, medida y próxima, no pocas veces emocionante.


Guillermo Ruiz Plaza


Los presentes de la muerte

"siempre tiene más memoria el dolor que la alegría"

(Manuel del Cabral)
Cómo hablar después de la muerte
sino con el silencio de la muerte

Cómo tocar después de la muerte
sino con los ojos de la muerte

Cómo caminar después de la muerte
sino con el paso de la muerte

Cómo dormir después de la muerte
sino con el vacío de la muerte

Cómo creer después de la muerte
sino con la fe de la muerte

Mi turno

En este juego
que jugamos Señor
que gane el mejor
tú o yo
pero nunca
los dos

Último poema a mi madre

Mientras te pudres a solas
No quiero dignarte con mi ira

Por tu bien y por el mío
Te deseo el descanso eterno

No me dolerá tu muerte
No me amputarás el aliento

No me amputarás el verso
Mi canto está hecho de dolor


nostos

"La nostalgie c’est le mal d’exil;
et le mal de retour c’est la déception."

(Vladimir Jankélévitch)

he vuelto
(después de cinco años
por otras tierras)
a otro aeropuerto
otra ciudad
otro barrio
otra calle
otro patio
otra casa
otra familia
a reencontrarme
con parientes
y amigos
desconocidos
a enterarme
que no hice falta
que el reloj
sólo se detuvo para mí
cuando el avión despegó
(aquella mañana lluviosa
de agosto)
que la vida
siguió adelante
sin mí
como si nadie
se hubiera percatado
del hecho
de que mi voz
ya no ocupaba
los pasillos de la tarde
como si nadie
se hubiera dado cuenta
que no iba a la escuela
como si nadie
hubiera notado mi ausencia
sentada en la silla vacía
del comedor
como si mi octava porción
de sueño
en el lecho fraternal
no hubiera echado de menos
el calor de mi cuerpo
como si nadie
hubiera tenido tiempo
para esperar
que yo volviera
para quitar la mesa
o arreglar la cama
o terminar el juego

he vuelto
sólo  ponerme al tanto
de que soy un anacronismo:
la niñez
es un juego
dejado a medias
para siempre

Poemas de Miguel Valerio

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