Monday, June 17, 2013

 Ortega: "la literatura crea escenarios de futuro"

Para Julio Ortega, “lo nuevo” no se conquista nunca en la América Latina; pero “la literatura ha sido nuestro instrumento para seguir creando escenarios de futuro”. El crítico peruano conversó con La Ventana en su más reciente paso por La Habana, como coordinador del congreso Cuba Trasatlántica

por Marianela González

Julio Ortega es de esos entrevistados frente a los que no queda más remedio que rendirse. Nada de cuestionarios, nada de temas previamente seleccionados. Un buen café, el sitio más tranquilo que puedas hallar en la vorágine de un hotel en La Habana, una conversación y la grabadora que no le gusta mucho, como a García Márquez, pero que logro situar donde no moleste.

Le he rescatado de una ponencia en una de las salas del Habana Libre donde sesiona Cuba Trasatlántica, un congreso internacional de estudios culturales, interdisciplinarios y transatlánticos que tiene como eje un enfoque de su autoría. Doce del día. Casi dormido en la última fila, Ortega se me antojaba, más que el autor de los ensayos recogidos en Trabajo Crítico (Fondo Editorial Casa, 2012), el escolar que se sienta al final para “reposar la vista”, sin vergüenza con el maestro, cuando un tema le cansa. Temí que se durmiera luego en mi entrevista, pero asumí que, siendo dos, no iba a tener ese chance. Era mi ventaja.

¿Es posible advertir focos, ejes, tendencias en la literatura que se escribe hoy en Latinoamérica? ¿Qué relaciones advierte en el campo cultural latinoamericano que atañan, en mayor o menor medida, al quehacer literario? ¿Dónde entra el ejercicio crítico en esa relación? ¿Hablamos de la crítica tradicionalmente entendida como el ejercicio de escribir un texto sobre un libro o un autor? ¿Por qué se aventura a escribir sobre escritores jóvenes y les lleva siempre bajo el brazo? ¿Qué pasa por fin con Internet en Cuba?... Hora y cuarto. Mediodía en un verano de este país. Pudieron haber sido dos cafés, pero en el sitio más tranquilo que puedes encontrar en un hotel de La Habana casi no existes. Y para una conversación como esta, mejor así.

Trabajo Crítico se presentó aquí como un repaso de más de 40 años de ejercicio. Y es la primera vez que se publica una antología de sus textos, la primera vez que se sienta a mirarlos desde esa totalidad. ¿Qué obsesiones se repiten?

―En ese libro no se trató necesariamente de reunir los mejores ensayos sobre novela o poesía o estudios trasatlánticos, sino de ver una gama diversa de temas, autores, épocas, géneros. Nunca había hecho una con mis textos, pero me resultó interesante el ejercicio porque me permitió ver que las obsesiones críticas que tengo siguen siendo las mismas, regidas por las mismas necesidades de dialogar primero con los textos y, luego, de añadir al conocimiento de esos textos y al debate que esos textos postulan, unas articulaciones, unas reflexiones que destaquen su actualidad viva. Creo que esa es una de mis obsesiones.

»Siempre me ha interesado la idea de literatura que hay en los textos y el sentido de actualidad que tienen. Una de las grandes líneas de nuestra historia literaria es la construcción de una actualidad en devenir. La actualidad no solo es testimonio del momento, sino su proyección en un escenario nuevo. La noción de lo nuevo que siempre hay en nuestra literatura, por ser un espacio cultural creado por lo moderno, desde la colonia hasta hoy, es aquella donde lo nuevo es lo que se ensaya permanentemente. No se conquista nunca porque la realidad a veces es muy brutal y desmiente los proyectos de innovación; pero la literatura ha sido, en la sociedad latinoamericana, nuestro instrumento para seguir creando escenarios de futuro.

»De ahí que siempre me ha interesado indagar por aquellos escenarios que cada texto construye, tanto la poesía como la narrativa, y cómo esos escenarios interactúan dotándonos de un espacio de respiración».

Cuando se sienta a escribir sobre un texto, ¿piensa, entonces, en esa proyección que el texto sugiere?

―Creo que ya lo hago con un interés natural por descubrir en ese texto qué es lo nuevo y de qué manera se desarrolla como proyecto.

»Y es que lo característico de la novela latinoamericana, por ejemplo, es que cada obra nueva que sale no se considera parte de una tradición, de una biblioteca hecha, sino de una línea en crecimiento, en desarrollo. Cada novela es como si fuera la primera. Y cada libro de poemas busca también generar formas de comunicación, habla, coloquio, expresión. Veo el futuro en eso. Es un tiempo verbal. No es una utopía, un voluntarismo, sino un trabajo de producción de una actualidad clarividente».

¿No le ha preocupado equivocarse, entonces, cuando selecciona los textos para las antologías de jóvenes escritores?

―No, y es justamente por eso. Esas antologías son como Photoshops del presente, que muestran líneas de apertura a la imaginación, a la lectura, a la crítica, al diálogo, y que dan un sentido creativo a la actualidad que vivimos. Por eso pienso que es imposible hacer una mala antología. Hay tanto de donde elegir en América Latina que una antología es una selección demasiado mínima de lo antologable. Me gusta decir que las mejores, son las más fugaces, las que son rápidamente remplazadas por otras, y sobre todo, aquellas antologías que hacen los jóvenes. Son las que están más en contacto con la realidad.

No obstante, para autores jóvenes puede resultar legitimador el hecho de que sea usted, un crítico de referencia para los estudios sobre el canon literario latinoamericano, quien elija sus obras para una antología… Y es que, de cierta forma, la antología es también una operación crítica.

―Sí, es un riesgo, pero lo asumo. Las antologías me permiten hacer lo que no puedo hacer en la crítica. No puedo escribir sobre todos los autores que salen cada año, y la antología me permite trabajarlos con criterios de selección, ordenamiento, propuesta, sintonías. La antología imagina un lector para esos libros.

»Aunque a muchos les parezca riesgoso, no me interesa el pasado, sino lo que se escribe hoy. Y las antologías son la forma de presentarlo con una imagen viva, como un recuerdo del porvenir. Por eso hay que remplazarlas rápidamente, para que no se canonicen».

Ha dicho varias veces que le cuesta hacer trabajo crítico sobre escrituras con las que no simpatiza. Teniendo en cuenta que remplaza constantemente sus antologías sobre jóvenes escritores, ¿le simpatiza, entonces, la literatura que se hace hoy en el continente?

―Nunca escribo por obligación ni por establecer un canon. Prefiero hacerlo sobre libros con los cuales simpatizo, sintonizo, o me sugieren un nuevo diálogo con la literatura. Tampoco escribo sobre libros que no me gustan o no me resultan interesantes, ni hago reseñas que evalúan libros que no aprecio porque no me gusta escribir contra nada. No creo que la misión de un crítico sea decir “este libro es muy malo”.

¿Y decir “este libro es muy bueno”…?

―Pues sí. Incluso, ya el hecho de que escriba sobre ese libro, es señal de que me interesa.

»Y quizá pienso así porque mi idea de la crítica tiene mucho que ver con mi propia conversación con un texto. Aunque, claro, eso no quita que haya más libros con los cuales simpatizo que el número de textos que he escrito».

Entre ese amplio registro (y asumo que se refiere a la más reciente producción), ¿observa focos, tendencias?

―Ahora mismo escribo un libro sobre la literatura del siglo XXI. Es un texto que empecé antes que iniciara el siglo, porque creí que ya entonces se podían advertir ciertas líneas.

Es “el corto siglo XX” de Hobsbawm, empezando tarde y terminando pronto…

―Sí, y creo que cada vez será más evidente eso, porque cada vez consumimos más futuro, lo acercamos. Hoy se dice que podemos estar viviendo el 2050 porque el presente se agota muy aceleradamente. No sabemos qué va a pasar de aquí a cien años, pero estamos listos para ello.

»Y la literatura no escapa a ese fenómeno. Gran parte de lo que hoy se escribe, se podía advertir desde finales del XX.

»Como tendencias, lo primero es la relevancia que se le confiere al mercado. Antes se pensaba que en el mercado solo tenían éxito los malos libros, pero hoy vemos que hay muy buenos libros con éxito en el mercado. Y lamentablemente, algunos escritores escriben para lectores que tienen necesidad de confirmar sus opiniones sobre los países del continente. De esta forma, quizá de forma inconsciente, en algunos casos, proveen este tipo de escenarios prefigurados. Por ejemplo, se espera que en México se escriba sobre el narcotráfico y sobre la violencia, o que en Perú se escriba sobre comunidades indígenas. Como de Cuba en una época se esperaba que la narrativa tuviese que ver con el proceso de la Revolución y sus contradicciones, y hoy, quizá, se espera que… bueno, ¿qué se esperaría que aborde una novela hoy en Cuba…?».

¿…las contradicciones del “proceso de actualización económica”…?

―Ah, pues sí, eso está de moda. Antes se decía que había en Cuba un “turismo revolucionario”, y ahora se dice que hay un “turismo de la transición”.

»Pero hay otros textos que se resisten a esa lectura que lee las obras al revés y al derecho, por ese lenguaje informativo que domina la literatura hoy. Libros difíciles de leer, de pocos lectores, pero con su espacio. Pienso, por ejemplo, en la obra de Diamela Eltit, cuyos libros están deliberadamente escritos para problematizar la lectura, y tienen mucho éxito en determinados circuitos. O textos como los de César Aira, el argentino, que escribe novelas cada vez más breves para publicarlas en editoriales cada vez más pequeñas y para lectores cada vez más minoritarios. Ya no se sabe cuántas novelas ha publicado… se dice que unas ochenta.

»Y están otros autores que escriben proyectos artísticos donde el relato es casi un objeto que hay que rearmar, con un lenguaje que no es narrativo sino clínico… Es el caso, por ejemplo, de Mario Bellatin, quien empezó a escribir justamente con un libro sobre Cuba, aunque no se mencione mucho. Es uno de los autores más interesantes hoy, pero que también sigue siendo heterodoxo a la lista de “los mejores libros del año”.

»O sea, hay varias tendencias que resisten la lectura simplificadora del mercado.

»Y está la poesía. Como siempre, súper abundante, diversa, con entonaciones varias… Es muy difícil hacer un mapa de la poesía. Creo que en la literatura de los escritores del siglo XXI, la poesía es un documento del mundo emocional. Vivimos una época sin certidumbres, un mundo casi nihilista donde lo único cierto son las emociones. Por eso quizá esté de moda la novela policial, en tanto intento por encontrar la verdad…».

Hablando justamente de la literatura policial, aunque no de sus “modas”, hace unos días Ricardo Piglia fue entrevistado por Telesur acerca de aquellos procesos “extraliterarios”, como las políticas culturales, y los modos en que dichos elementos pueden estar hoy o no influyendo en el campo literario latinoamericano. El argentino respondía que, a su juicio, dichas políticas tienen más peso cuando se trata de artes como el cine, que también es una gran industria, pero que en lo referido a la literatura, poco tienen que ver… ¿Cómo lo ve usted?

―Sobre eso tengo muchas dudas.

»Siempre he pensado que en muchos de nuestros países, el espacio cultural está desapareciendo. Cada vez hay menos suplementos literarios. Cada vez hay menos espacio en los medios para la cultura. Casi todo hay que leerlo en Internet. El periodista cultural hace otras cosas, no es un trabajo a full time y no suele ser una persona entrenada en la cultura. No establece jerarquías.

»Durante un tiempo, pensé que el Estado debía tener un rol importante en el apoyo, en la difusión, la promoción de la cultura. Siempre nos hemos quejado de la falta de apoyo en algunos países para los agentes culturales, responsable de que, por ejemplo, en el Perú haya existido un César Vallejo, el más grande poeta de la lengua española, que nunca ganó un premio. Tuvo una beca de una universidad española, pero nunca tuvo derechos de autor, ni pensión ni retiro, ni fondo de salud salvo el que quizá pudo haber tenido en Francia.

»De modo que creo que el Estado debe ser un promotor, no un gestor. Debe tener becas, dinero para alentar las publicaciones de los jóvenes y financiar áreas como el ballet, la música… Distribuir mejor lo que hay sería un incentivo a los creadores. Quedarían las instituciones intermedias, con sus roles, y tendría que haber una red dedicada a los jóvenes, una red continental. Eso es un reto que también, a la Casa de las Américas, le concerniría». 

Tomado de La Ventana.

1 Comments:

Blogger José Valle Valdés said...

Interesante, amigo. Muchas gracias por compartírnoslo.

Abrazos

3:50 PM  

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