por Javier Aranda Luna
Resulta impensable comprender la literatura de los siglos XIX y XX de nuestro país sin su mirada crítica tan rica en los análisis multiculturales donde la antropología, el cine, la música, la historia le sirven para compartirnos sus asombros y descubrimientos.
El entusiasmo de José Emilio por la literatura lo ha hecho escribir crónicas estupendas y no pocas traducciones realmente notables. Y para ilustrar esto último baste pensar en la bellísima traducción de La estrella de madera, de Marcel Schwob, o en Cuatro cuartetos, de T.S. Eliot, la mejor traducción que se haya hecho de ese poema a cualquier idioma, según me confiara un Octavio Paz notoriamente emocionado, por encima incluso de la traducción francesa en la que participara el propio Eliot.
Cuando en 1988, se cumplió el centenario de Eliot, José Emilio Pacheco publicó en las páginas de La Jornada una primera versión de Cuatro cuartetos y un año después la inconseguible edición de la Gaceta, publicada por el Fondo de Cultura Económica. A partir de entonces y para fortuna nuestra, Pacheco no abandonó el poema. Ya veremos más adelante, que en realidad lo abandonamos nosotros. De tiempo en tiempo lo ha seguido trabajando, en una especie de horas extras contra las que no existe huelga posible ni remuneración justa. Una década después publicó otra versión que no sólo cumple con la forma poética usada por Eliot sino alcanza el propósito más profundo de su poesía: provocar con el lenguaje coloquial, la imaginación auditiva. La sonoridad es fondo y motivo de emoción. Y eso logra José Emilio en su versión más reciente que debo a su generosidad.
Eliot escribió Cuatro cuartetos entre 1939 y 1942, en medio de la guerra. Por eso nos dice en el poema que hay otros sitios que son también el fin del mundo. ¿Cuándo nos compartirá su versión más reciente de Cuatro cuartetos?
Las traducciones, el trabajo editorial o la crónica literaria a pesar de ser tan visibles resultan a fin de cuentas invisibles quizá por su cotidianidad y por la fugacidad de las publicaciones y ahora más aún en las páginas intangibles de la web.
Octavio Paz al final de su vida pudo recuperar gracias a la ayuda de algunos conocidos entre los que se encontraban Carlos Monsiváis y el que escribe algunos textos que creía perdidos. ¿Cuántos textos de José Emilio tendrán la misma suerte?
Ya sé que José Emilio en su afán perfeccionista no estará de acuerdo en rescatar todas sus crónicas literarias pero bien se podría armar una estupenda antología con algunas de ellas. Con las que ha dedicado, por ejemplo, a los autores mexicanos.
Su trabajo de cronista literario en el que nos ha compartido sus asombros ha sido tan importante que difícilmente podríamos entender nuestra vida literaria y cultural del siglo XX y lo que va del presente. ¿Quién sino él para conectar a Safo con la Internet? ¿A Gloria Treviño con Ovidio? ¿A los poetas de la antología griega con las pasiones de nuestros días?
La primera reseña sobre La región más transparente se la debemos a José Emilio y el mejor retrato de su amigo Carlos Monsiváis lo hizo en su reseña de Días de guardar en la que lo llamó Monsimarx, Monsimailer o Monsimad.
Una de las pestes que ha padecido la literatura mexicana es el menosprecio. Ojalá que los reconocimientos recientes que ha tenido José Emilio con justa razón sirvan para sanear nuestra vida cultural y sobre todo para recuperar buena parte de nuestra memoria cultural y literaria que José Emilio se ha empeñado en fijar con gozosa constancia en diversas publicaciones. Se sabe hijo de una tradición que viene de la academia de Letrán fundada en 1836 y sería una lástima que no le diéramos continuidad.
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