“A mí no me interesaba romper con nada, yo quería sumar”

El autor de Arte de morir regresa a Buenos Aires para participar del
VI Festival Latinoamericano de Poesía en el Centro, que empezará mañana.
Dice que su obra poética le debe mucho a la narrativa fantástica, pero
también “al amor, la muerte o el alegato antibélico”.
Por Silvina Friera
Alguien golpea una puerta. Un recuerdo empecinado la abre con palabras
nítidas, como si estuvieran tatuadas en el corazón. Sólo una vez –y hace
más de veinte años– el poeta chileno Oscar Hahn, una de las voces más
originales de la poesía hispanoamericana, leyó algunos de sus poemas en
Buenos Aires. El autor de Esta rosa negra, Arte de morir –“una fiesta mortal del lenguaje”, ponderó Enrique Lihn–, Mal de amor –prohibido por la dictadura militar–, Versos robados, Apariciones profanas y La primera oscuridad,
entre otros títulos, regresa a esta ciudad para participar del VI
Festival Latinoamericano de Poesía en el Centro, que empezará mañana y
se extenderá hasta el sábado, organizado por el Espacio Literario Juan
L. Ortiz del Centro Cultural de la Cooperación.
Esta edición, en
la que se realizará un homenaje a Juan Gelman, reunirá a poetas de
Bolivia, Brasil, Cuba, Uruguay, España, Venezuela, Ecuador, Estados
Unidos y Luxemburgo en mesas de lectura y debates con poetas argentinos .
“Cuando me invitaron me alegré muchísimo, porque siempre estaba a punto
de cruzar la cordillera y nunca lo concretaba. Fue como si los
organizadores me hubieran dicho: ‘Ya, hombre, haz tu maleta y vente para
acá de una vez por todas’”, cuenta Hahn a Página/12. “Cuando leo
frente a un público, tengo la sensación de que los poemas son de otra
persona. Me distancio de lo que están diciendo los versos. A veces,
durante la lectura oral, cobran relevancia detalles sorprendentes para
mí, que no había percibido antes, y que me llevan a preguntarme: ‘¿y de
dónde demonios salió esto?’.”
–Los escritores suelen tener un momento “mítico”, un relato que
establece el origen de la vocación, muy anterior a la publicación del
primer libro. ¿Cómo fue ese comienzo?
–Claro, existió ese momento, pero no tiene nada de mítico. Fue casi
trivial. Yo tenía 16 años y salía con una chica que estudiaba en un
liceo. Todos los días iba a esperarla a la salida del colegio y nos
juntábamos en la plaza. Una tarde me pidió que le escribiera un
acróstico. Yo ni siquiera sabía qué cosa era un acróstico. Entonces,
como no quería quedar mal con ella, me fui donde un amigo mayor, que era
poeta, y le pedí que me lo escribiera para presentarlo como mío. Al día
siguiente se lo mostré, pero ella no me creyó y me exigió que le
escribiera otro ahí mismo. Tomé una hoja y puse lo primero que se me
vino a la cabeza. Ella lo leyó y me dijo: “Está bien, te creo”. Lo que
más me sorprendió fue que no me costó nada hacerlo. Sentí que había
descubierto algo nuevo. Me entusiasmé y escribí unos 25 poemas, pero no
me gustaron y los tiré a un río que estaba cerca de mi casa. Empecé otra
vez desde cero. Son los poemas que están en Esta rosa negra, mi primer
libro.
–Su padre murió cuando usted tenía cuatro años. La orfandad a tan
temprana edad es una marca indeleble, ¿no? Que la muerte sea uno de los
temas de su poesía, ¿cree que está profundamente imbricado con la muerte
de su padre?
–En ese tiempo mis padres, mis dos hermanos y yo vivíamos en Iquique, en
el norte de Chile. Cuando mi padre se enfermó de gravedad, lo llevaron a
Santiago. Allí murió y allí lo enterraron, de modo que yo no fui
testigo de ninguno de los rituales y ceremonias que rodean el
fallecimiento de una persona. En esos días ni siquiera me enteré de que
mi padre había muerto. Varios meses después estaba en el patio del
colegio y un niño empezó a molestarme y a burlarse de mí y de la
ausencia de mi padre. No entendí de qué me estaba hablando. Volví a mi
casa y le pregunté a mi madre. Ella no respondió nada. Sólo se puso a
llorar. Entonces le dije: “Mi papá se murió, ¿no es cierto?”. Ella dijo:
“Sí, se murió”. Lo curioso es que no recuerdo nada de lo que acabo de
narrar. No existe en mi memoria. Esto me lo contó mi madre muchos años
después. La obsesión por la muerte adquirió dos modalidades distintas en
mi poesía: la desaparición del individuo y el exterminio colectivo por
efecto de la guerra. No sé si la génesis de esa temática está en la
muerte de mi padre. Es una posibilidad, claro, pero también puede ser
una respuesta que desvía al analista de otras explicaciones menos
evidentes.
–Ser un poeta chileno supone que casi siempre aparezca la pregunta
por Pablo Neruda. Pero en su caso su obra no entabla un diálogo con lo
nerudiano. ¿Qué significó para su generación la poesía de Neruda?
–A Neruda lo veíamos como una presencia agobiante, pero mi generación,
que es la de los sesenta, andaba por otros caminos. Su figura era como
una especie de monumento ambulante, pero en la época de Los Beatles, de
Los Rolling Stones, de la Revolución Cubana, de la píldora, de Mayo del
’68, de la Guerra de Vietnam, del nacimiento de la era nuclear y de la
era espacial, Neruda era un poeta ajeno a nuestras preocupaciones e
intereses, así que difícilmente podía influirnos. En mi caso personal,
esa voz suya solemne, de tono elevado, como de profeta o de Walt Whitman
sudamericano, entraba en conflicto total con la voz de bajo perfil que
hay en mis poemas y que hasta tiende a desaparecer. Su poesía tampoco
tenía que ver con cosas que a mí me motivaban, como el peligro de una
guerra nuclear, el tema fantástico, o con incorporar elementos de la
cultura pop.
–Después del golpe de 1973, después de haber estado encarcelado, tuvo
que exiliarse. ¿Cómo impacta la experiencia del terror en el lenguaje,
en la escritura? ¿Hay algo así como un “barajar y dar de nuevo”, algo
del orden de tener que volver a empezar, de la demolición de las
certezas?
–Ocurrió algo curioso. En el año ’77 apareció mi libro Arte de morir,
que iba a salir en 1973 y no salió porque vino el golpe militar. Esos
poemas fueron escritos antes del golpe y el libro se demoró en publicar
porque no encontraba editor. Sin embargo, en el volumen de la
Enciclopedia Británica correspondiente al año 1977 dice que es un libro
que fue motivado por el golpe militar. Leídos después del golpe, los
poemas parecen referirse a ese hecho histórico, aunque lo precedieron.
Es como si la experiencia del terror hubiera impactado mi lenguaje antes
de que ese terror ocurriera. Es lo que alguna vez llamé las “magias de
la lectura”. Lo que sucede es que el lector proyecta sus vivencias
actuales en poemas del pasado, pero eso es posible sólo porque el poema
lo permite. Entonces no tuve que barajar nada. El futuro ya estaba en
ese libro. Seguí desarrollando los mismos temas en los poemas
posteriores al golpe, pero ahora dentro del contexto real que Arte de
morir no tenía en el momento de su escritura.
–Mal de amor, el libro que presentará en el Museo del Libro y de la
Lengua, se publicó en 1981 y fue prohibido por la dictadura militar.
¿Qué fue lo que molestó de esos poemas? ¿Encuentra alguna explicación o
sigue siendo una pregunta sin respuesta?
–A estas alturas hay una serie de teorías, algunas hasta pintorescas, que intentan explicar la censura de Mal de amor.
Por ejemplo, que el romance poetizado en el libro sería una relación
adúltera, y que el marido supuestamente engañado sería un militar. Al
entrar en sospechas habría intervenido para que el libro fuera
prohibido. Explicación bastante desubicada, porque en tiempos de la
dictadura, si algún personero del régimen quería vengarse de alguien, lo
más probable es que recurriera a métodos bastante más drásticos. La
respuesta no la sé, pero quizá no es más que otro ejemplo de los cientos
de arbitrariedades, abusos y decisiones irracionales que tomaban
impunemente los cómplices del régimen. Otros dicen que el libro era lo
de menos. Lo que querían era fastidiar a un opositor que estaba en el
exilio.
–Enrique Lihn plantea que Mal de amor “pertenece a una
tradición antigua y moderna que incluye al romanticismo, y es nueva como
toda vivencia y como toda auténtica palabra poética que siempre es
nueva, no importa la antigüedad que convoque y a la que se asocie”. ¿Qué
implican para usted estas tradiciones que menciona Lihn?
–Hay ciertas cosas que yo tuve muy claras desde el principio. A mí no me
interesaba romper con nada. Yo quería sumar, no restar. El crítico
sueco Gustav Siebenmann dijo una vez que yo era el gran integrador de la
poesía chilena actual. Lo de “gran” no sé. Lo de “integrador”, sin
duda. Por ejemplo, mientras los poetas jóvenes de la época huían de la
poesía española como del demonio, yo me sentía atraído hacia los poetas
españoles medievales, renacentistas y barrocos, porque los podía leer en
mi propia lengua y ver qué es lo que hacían con ella, cómo la
trabajaban. En cambio cuando me enfrentaba a los grandes poetas del
siglo XX de otras culturas, no tenía esa ventaja. Igual que mis
compañeros, los leía en traducción, pero tenía muy claro que si leía a
Cavafis sólo hasta cierto punto estaba leyendo a Cavafis, porque lo que
tenía no era el original en griego. Algo rescataba de esos poetas
gracias a los traductores, pero no tenía ningún acceso a los recursos
poéticos que usaban Cavafis, Eliot o Rilke y que eran inherentes a sus
respectivos idiomas.
–Si tuviera que armar un árbol genealógico, ¿a qué escritores incluiría y por qué?
–Los poetas que he leído y sigo leyendo no son necesariamente afines a
lo que hago. Incluiría a los nombres indiscutibles del siglo XX y de los
siglos anteriores, pero no sus poesías completas, sino ciertos poemas y
ciertos libros. Tengo afinidad con algunos y con otros no. Yo sé que
hay poetas que sólo leen a aquellos con los cuales se sienten
identificados: sus compañeros de ruta, por así llamarlos. En cambio yo
leo y admiro a autores que incluso tienen una poética completamente
opuesta a la mía. José Donoso me dijo una vez que él veía algo en común
entre Arte de morir y la poesía de Gerald Mainly Hopkins, un poeta
inglés del siglo XIX que hasta ese momento yo no conocía. También he
trabajado bastante con pensadores como Heráclito, Nietzsche o Freud. Las
otras estéticas hacia las cuales derivé no provienen de la poesía. El
desvío no fue hacia otros poetas, sino hacia la literatura fantástica y
hacia la filosofía, a lo que se agregaron manifestaciones como el cine,
el jazz, el rock y la pintura.
–¿Por qué plantea que su obra de las últimas dos décadas le debe más a la narrativa fantástica que a la poesía en verso?
–La presencia de lo fantástico en mi poesía se fue desarrollando
gradualmente desde mi primer libro. Esto se acentuó cuando me puse a
estudiar ese género y a enseñar un curso de literatura fantástica en la
Universidad de Iowa, en el que analizábamos narraciones de los siglos
XIX y XX y cuentistas como Borges, Cortázar o Bioy Casares. Incluso
publiqué un par de estudios críticos sobre el género en Hispanoamérica.
No es que en algún momento me propusiera emplear todo ese material en mi
poesía. Lo que sucedió es que se infiltró subrepticiamente en mi
imaginario personal y empezó a generar su propio espacio. Fantasmas,
prefantasmas y diversos acontecimientos sobrenaturales se hicieron
presentes. Otros poemas entraron de plano en la ciencia-ficción. Por
supuesto que lo fantástico no es mi única línea. También están el amor,
la muerte, el apocalipsis o el alegato antibélico, pero debo reconocer
que muchas veces esos temas se intersectan o son contaminados por la
dimensión fantástica.
–¿Qué significó para usted recibir el Premio Nacional de Literatura en 2012?
–El Premio Nacional de Literatura está muy metido en la cultura chilena y
su anuncio siempre crea una gran expectativa en la sociedad y en los
medios de comunicación. Esto lo he sabido desde que era niño. Recuerdo
que el profesor interrumpía la clase para anunciar el nombre del ganador
de ese año. Como dijo alguien en forma simpática: “Es como pasar de la
noche a la mañana de cura de la parroquia a cardenal”. Es un poco
exagerado, claro está, pero da una idea. Tengo la impresión de que esto
no sucede en otros países. Para los escritores chilenos que todavía no
han recibido el premio es como si anduvieran cargando un peso
permanente. Entonces, cuando se hace el anuncio, el ganador se siente
completamente liberado. Bueno, así mismo me sentí yo. “Ligero de
equipaje”, como diría Antonio Machado.
* Oscar Hahn presentará el jueves a las 19 Mal de amor en el Museo del Libro y de la Lengua (Av. Las Heras 2555).