Wednesday, June 29, 2011

El delirio caribeño


Entrevista al escritor colombiano Roberto Burgos Cantor: «En las artes no hay grados, el escritor no se diploma de nada. Cuando dejó de escribir, dejó de ser escritor. Así termina por estar cerca del abismo, cada vez que cree que considera haber concluido un texto»

por Marcos Fabián Herrera Muñoz

Cuando se le ve con gabardina negra y con anteojos a la usanza de un novelista decimonónico, fácilmente se llega a creer que nos encontramos frente a un santafereño ancestral, que porfía en su acicalada vestimenta de filipichín capitalino. Son sus libros los que revelan con mayor acierto su condición de caribeño. Roberto Burgos Cantor nació en Cartagena de indias el 4 de mayo de 1948. Su rito iniciático en la literatura se lo debe a Manuel Zapata Olivella, quien le publicara su primer cuento en la memorable revista Letras Nacionales. Su obra es un decantado empeño en alegorizar, con un singular y personalísimo matiz, la vastedad de una región colombiana, poseedora de dimensiones distintas a las ya instauradas como manidos clichés.

Al leer sus libros, se afinca la certeza de que el Caribe es una fuente inacabable de literatura. ¿Encuentra secretos vínculos entre la desaprensión y el alborozo caribeño y el permanente deseo de poetizar dichas vivencias?

―En el Caribe coexisten dos estirpes. A ellas es posible seguirlas, entre otras novelas, en Cien años de soledad. Una es representada por los personajes que llevan el nombre de Aurelianos. Otra se identifica bajo el nombre de los Arcadios. Los primeros son los solitarios, los que hacen guerras, se ensimisman fabricando pescaditos de oro, descifran manuscritos. Ahí están Rafael Nuñez, Luis Carlos López, Nieto Arteta.

»Los otros, ruidosos, acompañados todas las veces, contando a gritos proyectos grandiosos que nunca se inician, un desafuero insaciable que jamás se colma. Ahí están los canales alternativos al de Panamá por el Atrato, la ciudad de espejos y chimeneas en una orilla agreste del Pacífico, en Cartagena de Indias; Benito, el chacero, candidato presidencial por tres veces, ofrecía un ventilador de montaña con aspas de trasatlántico para instalarlo en la colina de la popa y refrescar los calores indoblegables de julio.

»Sin embargo, tengo la impresión de que las miradas sobre el Caribe que se quedan en alguno de los fragmentos de su complejidad vienen de una percepción corriente en el siglo XIX. Ellas cuentan con un supuesto aval científico. Este consiste en definir las tierras bajas, de climas cálidos, como territorios de imposibilidad para cualquier cultura, vedados al pensamiento y condenados por la eternidad al zangoloteo. Esta curiosa clasificación eurocéntrica la reprodujeron Caldas y Samper. Es argumento de discriminación, desprecio y más exclusiones.

»Conjeturo entonces que la vida y sus producciones, lo que Rubén Blades llama la maestra vida, es fuente de literatura. Si acaso el Caribe añade un reto más: la dificultad de nombrar y de revelar, puesto que en los mundos al margen de los prestigios literarios, expulsados de la atención privilegiada de los doctores, tener que rescatarlos de la neblina de lo invisible, demanda imaginación y quizás amor».

¿En La ceiba de la memoria, la multiplicidad narrativa, los paralelismos y alternancias temporales, son recursos que configuran un nuevo prisma de lectura de la esclavitud y sus correlaciones históricas?

―Parece que la aventura de las novelas y los cuentos es el cómo. Es probable que ese cómo, aquello denominado por los estudiosos “la forma”, no sea nada al examinarla desprendida de la totalidad orgánica que es cada novela. Dicha forma no es superflua ni una manifestación exterior. De alguna manera corresponde a un estado de necesidad del texto, necesidad sin la cual no es lo que es y resulta impensable.

»Ahora, es posible que el hábito, el gozo, la compulsión de oír o leer cuentos, historias, narraciones, demande a sus escritores, por tiranía del texto, estrategias sutiles, imaginativas, sellos del tiempo, como al principio cuando al contador lograba ser distinto de otro, introducía variaciones, o la que de noche en noche afinaba su voz y fortalecía el insomnio del sultán. Ahora, quizá, la sombra impudorosa de la conciencia del escritor se condensa más y no se diluye en la claridad o la espesura del relato. No tengo dudas: una novela, un libro de cuentos de relojería riesgosa encontrarán excelentes lectores. Y así a mejores lectores mejor literatura».

El componente reflexivo que acompaña cada pasaje de La ceiba de la memoria la hace distante del relato arquetípico. ¿Es el artilugio novelístico la principal herramienta para la revaloración de la historia?

―La historia ―sea el ángel de Benjamin, o el idiota de Shakeaspeare (Sound and Fury), o la pesadilla de Joyce, o la descripción de Braudel― tiene una manera propia de poner a flote su masa de pasado. Las novelas y los cuentos pueden surgir de los intersticios vacíos, silenciosos, donde la huella del pasado, si acaso estuvo, se desvaneció. Por allí se cuela la imaginación y propone una inteligibilidad, un orden o un caos, una lectura. Ello será si el texto existe como literatura y eso es lo que funda. Las concepciones que pretenden trasladar los retos de una ciencia a las artes, como una manera de sosegar y obviar las dificultades propias, incluso de puerilizar los problemas, son un fracaso y una estafa.

¿Busca Ese silencio descubrir las raíces de la concepción amatoria en la mujer del litoral y la presencia del mismo en el gozo carnavalesco?

―Cuando el escritor se refiere a lo que escribió se ve interferido por una especie de pudor que le impide agregar voces al texto publicado. Una manera de esquivar el impedimento que he encontrado es advertir y aceptar que el escritor como lector de sí mismo no imprime legitimidad adicional a su lectura. Está como cualquier lector, quizá con la desventaja de esa lectura que hace mientras escribe, a lo mejor en estado de atolondramiento por las condiciones de la producción literaria.

»Entiendo el carácter transgresor del carnaval, su ruptura instantánea de ataduras. No sabría si María de los Ángeles tiene que ver con “el gozo carnavalesco” por lo general, lleno de signos exteriores, de énfasis, que requieren deshacer la normalidad por seguro que sea el territorio que la cobija. Si algo puedo ver en Ese silencio es una aventura que indaga formas de relacionarse y se inmiscuye en rostros diversos de lo amoroso. Soy de los que considera que el amor es cómplice necesario de la libertad. Comparten quizás el amor y la libertad una sustancia común, de forma que sus expresiones están protegidas por el secreto. Tienen raíces profundas que no han sido desenterradas».

Los cuentos y relatos reunidos en los libros De gozos y desvelos y Una Siempre es la misma confrontan la fragilidad de lo humano, pero al tiempo el valor de sobreponerse con arrojo...

―En algún momento de la escritura de El patio de los vientos perdidos se coló con nitidez la visión de unos cuentos. Era tan precisa la idea que no se me ocurrió ponerla en notas y tuvo el efecto de quitarme un peso adicional a las incertidumbres de esa navegación sin brújula que es escribir novelas. El peso tiene que ver con las ambiciones del arte. El escritor siente que se acerca el momento inevitable de obsesionarse con las tachaduras y reescrituras en las márgenes y entrelíneas. En ese momento, tener entre manos una continuidad lo alivia del vacío que se aproxima.

»En las artes no hay grados, el escritor no se diploma de nada. Cuando dejó de escribir, dejó de ser escritor. Así termina por estar cerca del abismo, cada vez que cree que considera haber concluido un texto. Pero ocurrió ese noviembre de fiestas en Cartagena de Indias, yo estaba en Bogotá D.C. y sentí como que no había más líneas, más palabras, para la novela que por primera vez escribía y por primera vez creía poner el punto final. Me entretuve en corregir, en las versiones limpias, eran tiempos de la máquina de palo. Y cuando quise encontrar los cuentos que había visto, escribirlos, estaba vacío de ellos.

»Y de repente, una frase. Como los cantantes. Como las invenciones del jazz. Y me dediqué a perseguirla. Era distinto a lo que me había visitado antes, y así fue De gozos y desvelos. Con los años, en 2009, se publicó Una siempre es la misma. La lectura que propone tu pregunta es válida y perspicaz. Yo no lo concebí con deliberación. Creo que en cada vida íntima se da una batalla, por inconformidad o por hastío; por rechazo o por aburrimiento; y muchas veces nadie lo sabe».

El boxeador, el aristócrata, los músicos y las putas de El patio de los vientos perdidos, configuran un cuadro tan disímil y a la vez compacto difícil de ubicar por fuera del Caribe colombiano. ¿Es esta novela un tributo al delirio y fantasmagoría costeña?

―Debe haber algo en los territorios de transgresión de las novelas que le permite a los personajes probar suerte con la ilusión imposible de la felicidad. Indagar por sus formas sin antecedente. Sin embargo, ese espacio propone una igualdad: quienes ingresan buscan los mismo y mediante igual procedimiento. La regla tácita es no violar las reglas. Aceptar la bella mentira de que te quieren. Dudo en llamar “delirio” a algo que percibo en el Caribe. Sus gentes no piden nada, pero lo quieren todo. Esta tensión les permite una irreverencia natural y una capacidad de burlarse de sí mismas que las hace inmunes a las migajas y sus protocolos rimbombantes, a las celebraciones de medianía. Sí hay un delirio en el Caribe: la luz. Sí hay una, como tú la llamas, “fantasmagoría”: tanto sepultado en el mar. Sin duda, la mitad más un cuarto de nuestra historia, todavía deshilvanada.

¿Podría precisar las coordenadas en las que se encuentra la música y la escritura en sus libros?

―No tenía conciencia de los pasadizos entre la música y mi escritura. Una vez un editor revisaba un texto que me había encargado. Yo llegué en ese momento a mirar las propuestas de ilustración que fueron confiadas a David Manzur y de entrada el editor me dijo: empecé a leer tu historia y al rato estaba dando golpecitos al suelo con las puntas de los pies. Llevaba el compás. Si paraba se detenía la lectura.

»Es de suponer que en el Caribe la música, por razones diversas, está metida en el cuerpo, incorporada en la vida. La música preside la vida y acompaña la muerte; aviva el dolor y dulcifica el sufrimiento; sirve de salvavidas a las flaquezas del recuerdo; e incluso propone sensibilidades sustitutivas a los vacíos de la aventura; y por supuesto interviene en las formas del movimiento, reinventa el silencio de la danza. Tengo la impresión que quien hizo evidente esa complicidad fue Guillermo Cabrera Infante. De cualquier manera la una y la otra mantienen su autonomía y sus expresiones propias. A lo mejor, ambas apuestan por encontrar el silencio».

Lo Amador se arriesgó a fabular la costa confrontando una ciclópea sombra patriarcal. ¿Cómo asume la escritura de un universo geográfico y cultural sembrado de prevenciones en los lectores por su manida concepción garciamarquiana?

―Parecería evidente que Gabriel García Márquez, sus cuentos y novelas, resolvieron para siempre muchos de los problemas que implicaban el paso de una escritura con las severas interferencias del mantenimiento y celebración de formas caducas impuestas como reglas del buen gusto, de los empecinamientos testimoniales de una realidad tan reciente como violenta, de concesiones a cierta noción ingenua de la diferencia, uno de cuyos fundamentos era lo exótico, lo pintoresco, un lenguaje, o, mejor, unas palabras desconocidas y sin significado en la lectura, a la aventura pendiente del encuentro con la modernidad.

»Por motivos que deben meditarse, hay obras de la literatura que se convierten en símbolo, en biblia de un país. Para bien y para mal. Así El Quijote es el símbolo de la libertad en España. Y, naturalmente, el de la locura. En Colombia, el inocente alborozo que condujo a millones de seres a bautizar a sus hijos con los nombres de Efraín y María y nunca con el bello de Ney, el nombre de la esclava, hallaron por fin en Cien años de soledad algo más que un directorio santo para nombrar cristianos. Dieron con un ícono que poco a poco sirvió para dar cuenta del ser latinoamericano. Sin embargo, el abrumador proceso de las interpretaciones, aunó a críticos y glosadores, comentaristas y reseñadores, estudiosos y lectores, en la coincidencia de mutar la fina intuición de Alejo Carpentier de lo real maravilloso en el repetido realismo mágico.

»Con los años, esa expresión, con su soberbia intocable de talismán y palabra revelada, se fundió con Macondo o macondismo. Fue despojada de su virtud y se transformó en el pernicioso hábito de nombrar y hacer responsable, explicar y justificar las desgracias, crímenes y tremendas anomalías sociales y políticas, por la supuesta pertenencia a la zona sagrada del realismo mágico. El efecto de esta aceptada y casi ilimitada explicación es devastador: el hecho condenable, el delito, la canallada se cubren de un manto benigno que envuelve la gravedad, la obliga a ingresar a un orden mágico que escapa al orden terrenal. Allí, todo puede ocurrir en la infinita perversidad humana y todo escapa a la sanción ética, a la sanción legal. Entonces el reto para los escritores es apasionante. Ni más ni menos que desajustar, desacomodar una conciencia colonizada y con deformaciones, una conciencia pervertida por la autoridad, el Gran Hermano, o como quieran llamar a los que se autoerigen en dueños del mundo.

»Tengo la impresión que como nunca antes, hoy, existe una literatura con registros distintos, vasos comunicantes, que dejó atrás la tradición de un solo libro, una sola novela, un solo poema. Agradezco la perspicacia de tu pregunta, pones el acento en algunos lectores y dejas que cada escritor asuma sus riesgos, su reto».

Roberto Burgos Cantor, Colombia 1948. Autor de la novela La ceiba de la memoria, Premio de narrativa José maría Arguedas de la Casa de las Américas de La Habana (Cuba) en 2009, y finalista del Premio Rómulo Gallegos de este año. Además ha publicado Quiero es cantar, El patio de los vientos perdidos, Lo Amador, Señas particulares, Ella siempre es lo que será, Ese silencio.

Tomado de Aurora Boreal



Tomado de La Ventana

Thursday, June 23, 2011


VOCES DEL SIGLO XXI


Mariano Shifman
(Buenos Aires, Argentina 1969)



HISTORIA NATURAL


Lejos de la colmena,
surcando los aires de mayo
una abeja acopia néctar
acaso por última vez.

Y aun así ¿sería cierto su final?
Yo, fijo en lo que cambia, pienso en mí
y solo concibo el furor del tiempo;
ella, fluye en el dorado instante
junto al dulce ritual del polen.

Parece eterno ese sueño otoñal:
sabe ignorar lo que daña
y apenas busca, levedad de levedades,
su exacta porción de miel.

©Mariano Shifman

(De Material de interiores)





LAS QUINCE

“Pero las adolescentes son otra cosa
Como una nueva presentación del mundo”.
Atilio J. Castelpoggi.


Esta es la rara hora de reír
con la boca que no se sabe
milagro a punto
por eterna y única vez

de soñar una verdad
sin números y sin espinas,
hasta que el rocío evapore su tregua

la hora franca
la última mirada limpia de Lot.

Esa es la hora que se vislumbra tarde
siempre tarde
la llaga que ilusiona
la imposible magia

querer escapar hacia el paraíso
por un camino hiriente de sal.

©Mariano Shifman
(De Punto Rojo)




PUNTO ROJO

Soy el amo de la torre: ecos y pústulas
del pasado no me alcanzan.
Insensible a palabras y a delirios,
ríos y turbas se pierden entre semejanzas.

¿Qué será de los sabores,
de las porfiadas costumbres,
de la maldad de los niños,
de lo que no es posible decir?

Aquí se está muy bien; inmolo proyectos al atardecer
con la soberbia de un menesteroso, froto mis manos
contra las piedras –mi pacífico alimento-
y me siento a esperar.

©Mariano Shifman

(Del libro Punto Rojo, Editorial Cuatro Vientos, año 2005, Primer Premio de su XI Certamen de Poesía)



BURLESQUE


Desnuda, casi desnuda:
su módico capital es lo velado.
La música se detiene,
se apagan las luces.

¿Cuál es el ojo más sediento,
el desierto que implora su cordial engaño?

Con vislumbre de ave fugaz
ella elige un trago subido
y las rodillas de la oscura presa.

Como una danza que se burla de ambos
gira la rueda de la derrota:
diez minutos de piel pública,
densa colonia, parodias de afecto
y en el epílogo, a plazo vencido
un nuevo vacío
y el estruendo de otra música.

©Mariano Shifman

(Del libro Material de Interiores, Proa Editores, Buenos Aires, año 2010)


EL BIG BANG DE EMILE CIORAN

Concebir un pensamiento, un solo y único pensamiento,
pero que hiciese pedazos el universo.
E. M. Cioran, “El aciago demiurgo


Dicen que todo comienzo es un acto de fe.
Cuentan de uno, inconcebible, cósmico
-la simiente del principio y del final-
que para ser humilló a la nada.

Materia en tránsito mortal,
Espacio condenado a perderse
y un furioso arrebato de luz.

Todo eso hubo, irredenta génesis
todo esto ¡hay!
cuando y donde nada había.

Pido otra especie de fe, algo anterior,
la aporía de una palabra muda.
El retorno a la noche más oscura.


©Mariano Shifman


(De Material de interiores)


EL JARDÍN DE AL MUTADID

Lo vio el Guadalquivir, hace mil años:
las manos del rey Al Mutadid
plantando claveles en los cráneos adversarios;
los había blancos, los había encarnados
a tono con la pena, ardidos con la hiel.
Al suceder los retoños –refiere la historia-
los deudos recibían sus sentidos pétalos:
la vida, alzándose entre el polvo del desecho.

Sí, mil bosques nos apartan del jardín del amo,
del azar de sus letales laberintos.
Y sin embargo, no hay distancias insalvables:
el leve polen del tiempo nos iguala
disipándonos desde la semilla.

Así pasó Al Mutadid, hoy clavel o cardo
y brote inspirador de estas quince líneas.

©Mariano Shifman



Mariano Shifman. Nacido en Buenos Aires en 1969, publicó el libro "Punto Rojo" (Primer Premio XI Certamen de Poesía, Editorial de los Cuatro Vientos, Buenos Aires, 2005). Poemas de ese libro, y otros posteriores han sido publicados en diversas revistas, algunas en la web, como :

www.mispoetascontemporaneos.blogspot.com; www.sinfoníadeletras.blogspot.com; www.poesiahispana.com, entre otras.



Más información del autor en su blog: www.poesias-de-mariano-shifman.blogspot.com

Nota del autor del blog: Los trabajos visuales que sirven como ilustración de esta breve muestra poética del poeta argentino,Mariano Shifman, son del poeta y artista visual, Gonzalo y pueden visitar su web en: http://www.vbz.es/vbz.htm

Tuesday, June 21, 2011



(Ilustración: Gonzalo)


LOS DOCE TRABAJOS DE HÉRCULES/Extracto de Juan Carlos Vecchi/ MITOLOGÍA GRECORROMANA.




Versión apócrifa sobre dioses y semidioses griegos; ésta, en particular,
inspiró a Athos Gómez quien se consagró en los círculos literarios con
su novela "Sé de buena fuente que Atlas tuvo la culpa en aquel asunto

de 'Los doce desocupados de Grecia'", editorial "Tengo Friso", Noruega.



EURISTEO, cuando le impuso a su hermano Hércules aquella docena de horrísonas tareas, ignoraba dos cosas: que Hércules ya en la cuna había matado a dos terribles serpientes enviadas por Hera con la intención de robarle la mamadera y el sonajero de oro. Que Hércules también era Héracles, por lo que se repartieron la docena de faenas a razón de seis trabajos cada uno.

El primero de los trabajos impuestos por Euristeo por instigación de Hera estuvo a cargo de Héracles. Mató al feroz león que asolaba la selva Nemea. Lo aniquiló de una tremenda cachetada en la jeta y luego lo despellejó porque Euristeo le ordenó que despuès de matarlo debía usar su piel a modo de sabanilla. Este enorme pañal lo hizo invulnerable. Por cierto, también lo protegió de las terribles paspadas. Luego, le tocó el turno a Hércules y a la Hidra, serpiente monstruosa de la laguna de Lerna que tenía muchas cabezas, las cuales renacían a medida que Hércules se las cortaba. Hidra era muy inteligente y le costó mucho trabajo a Hércules matarla con su espada. Durante más de cinco días el asunto fue empate: Hércules le había cortado la cabeza unas 128 veces y a Hidra le renacieron exactamente 128 cabezas. De pronto, a Hidra se le trabaron todas las cabezas pensando en el crucigrama que estaba haciendo y Hércules aprovechó la ocasión para cortárselas a todas. Se las cortó con un serrucho eléctrico porque la espada ya no tenía filo. Mientras tanto, Héracles, como parte de la tercera tarea, mató a la cierva Cerinita que tenía los cuernos de oro, los pies de bronce y el lomo de hierro metalizado. Héracles pudo atraparla ya que Cerinita era muy pesada. Sin embargo, esta persecución duró más de un año. Parece ser que Héracles era la antítesis de Flash Gordon. Hércules fue quien castigó a Diomedes, rey de los Bistones y monarca de los Pistones, un pueblo de Tracia, donde el soberano déspota alimentaba a sus tres caballos con carne humana. Los caballos se llamaban: Podargos, Lampón y Xantos. La carne humana era Hipólito Calpo, un ex- sirviente. Hércules castigó al monarca dándole chicotazos en la espalda con una toalla mojada. Para llevar a cabo la cuarta tarea, Héracles, cazó en el monte Erimanto de Arcadía a un jabalí que pesaba unos 500 kilogramos. El jabalí se parecía a un elefante africano con orejas cortas, colmillos pequeños y cola enroscada tipo sacacorchos. El jabato inmenso estaba asolando toda la comarca y no eran pocas las quejas sobre su conducta. Irónicamente, Héracles, lo mató con una jabalina. Hércules, sin atisbo de piedad, mató a flechazos a las horribles aves del lago de Estinfalia. Y las mató sin fallía alguna. Estas aves eran muy feas porque en vez de pico tenían un embudo. Y beodas, además. Para la sexta tarea, Héracles, domó a un toro furioso que asolaba los campos de Creta. Luego de aquella inolvidable jornada, ya el toro más calmo, todos se comieron un asado espectacular y no es necesario aclarar “de qué" se trataba la carne asada. Después del festín, siesta mediante, Hércules, ahogó entre sus brazos al gigante Anteo, hijo de Poseidón y de la Tierra, quien se quejó todo el tiempo porque la molleja y/o tripa gorda que le ofrecieron estaban muy quemadas. Por su parte, Héracles, dio un paseo por los alrededores y sobrante de hándicap se robó las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, después de haber matado al feroz dragón que las custodiaba. Al dragón lo mató con un extinguidor de un kilogramo de peso, el que se requiere para viajes largos. Hércules, percibiendo que ya no era necesario seguir apretando al gigante Anteo, decidió aliviar a Atlante sosteniendo sobre sus hombros el peso del cielo. Luego, se lavó la cabeza porque las palomas habían comido mucho aquel día. Al rato, sin esperar a Héracles, domó a los Centauros a puro rebenque y limpió las caballerizas del rey Augias con una aspiradora, posterior pasada de gamuza con frenesí. Su excitación iba en aumento. Insisto que le sobraba resto. Así que destruyó a las Amazonas y entregó su reina Hipólita a Teseo a cambio de un alicate para cortar las uñas de sus manos (consideren que tanto Hércules como Heracles eran conscientes de que esas uñas crecen más rápido que las bis de los pies). Apareció el perdido Héracles, quien bajó a los infiernos, encadenó al Cancerbero y sacó de allí a Alceste, que devolvió pronto a su esposo Admeto. Este, una vez que Héracles partió raudo, metió en una cesta a su esposa y continuó jugando a las barajas con sus amigotes. No lejos de allí, Hércules, mató al águila que roía las entrañas de Prometeo y por lo cual este último no podía hacer la digestión en términos normales. Por último, Héracles, separó con un golpe de su maza los montes Calpe y Abila, haciendo así que se comunicasen el Océano y el Mediterráneo, quienes no se hablaban desde otrora por cuestiones de corales. Creyendo que éste era el fin de la tierra, levantó dos columnas que tiempo después se llamaron "columnas de Hércules". Detalle: Por este auto- homenaje, al día de hoy, los descendientes de Hércules, todos de apellido González, mantienen un litigio judicial por parte del linaje de Héracles, todos de apellido Gómez.


Mientras Hércules ilustraba su nombre con estas hazañas extraordinarias tuvo tiempo para llevar a cabo otras no menos asombrosas que no han sido incluidas en estas célebres tareas del héroe mitológico. Estas son: Le mojó una oreja a Gelasio, un elefante sin trompa que aterrorizaba los dominios del rey Lipomedes. Pisó con su sandalia griega una hormiga, de nombre Aetis, la cual había picado el talón a Aquiles derribándolo lleno de ronchas coloradas. Le dio un beso de pico al oso hormiguero Argonauta y luego huyó corriendo riéndose como un enajenado. Mantuvo su cabeza entre las fauces de un león hambriento llamado Rómulo durante dos días. Luego se supo que Rómulo, pocos minutos antes de su llegada, había ido al dentista y aún tenía su boca anestesiada.

Al finalizar las doce tareas, Hércules, con intención de reponer sus fuerzas, viajó por el Mediterráneo en un crucero de piedra pómez, y durante la travesía, se enamoró tremendamente de la bellísima Onfalia, reina de Lidia, que se avino por complacencia a las más serviles actitudes y sumisiones. Hasta llegó a vestirse de mujer e hilar en su compañía por pedido de la enamorada. Dicen las lenguas a la vinagreta que Onfalia castigaba a Hércules pellizcando sus enormes brazos. Y Hércules, muy enamorado, a cambio del doloroso castigo, con lágrimas en sus ojos, le sonreía.

Durante esta compleja relación, Onfalia, le impuso a Hércules una serie de actividades que se conocen con el nombre de "Las doce tareas domésticas de Hércules", las cuales el héroe debía realizar todos los días, también los feriados.

Estas fueron por orden horario: Preparar el desayuno y llevarlo a la cama. Barrer todo el templo. Encerar todos los pisos, incluso el patio y el veredón. Pasar el plumero por los frisos, monumentos interiores y exteriores. Alcanzar la toalla en el momento adecuado. Preparar el aperitivo anque jugo de naranja. Cocinar el almuerzo de acuerdo al menú diario. Lavar los platos. Traer el café y el pergamino con las noticias del día a la terraza interna que da a los grandes jardines. Repasar con la gamuza los frisos y monumentos y los leones de piedra a la pasada. Preparar la cena. Lavar los platos. Bostezar y/o gasificar en uno de los jardines externos.

Y ya que hablamos de afuera, cuan anexo opcional a estas terribles actividades diarias, Hércules, debía pasear todas las noches al gato fenicio para que éste llevase a cabo sus necesidades fisiológicas menores y ello dependía de las ganas que tenía el felino. También, debía colocar un trozo de queso gruyere en la trampera de aquel rincón antes de acostarse en el otro rincón.



Ciertamente, quién había logrado sobrellevar aquellas hazañas heroicas impuestas por el tirano Euristeo, Hércules, el héroe mitológico griego por excelencia, no logró sobrevivir a estas viles pruebas ordenadas por su esposa Onfalia.

Y así murió el más vigoroso de los héroes. Con la gamuza en una mano y el plumero en la otra. Como diría muchos años más tarde el escriba troyano Yuturno Clitemnestra durante una conferencia de prensa realizada en Atenas para la muchedumbre machista:

—Hay Onfalias que matan, señores y señores...


© 2011, Juan Carlos Vecchi (Argentina).

Friday, June 17, 2011

Jorge Luis Borges: Espejos y máscaras del inmortal


A 25 años de la muerte de Jorge Luis Borges, cuatro escritores argentinos ―Edgardo Cozarinsky, Sylvia Molloy, Juan José Becerra y Guillermo Martínez― aceptan revisar el inventario borgeano, rehuyendo tanto la monumentalización complaciente como la estampita escolar

por Silvina Friera

El apellido de un escritor puede evocar una beatitud inaccesible o ser sinónimo de una autoridad reverencial hasta la náusea. La obra, en cambio, flirtea con un porvenir cuyo engranaje se va articulando al andar de las sucesivas lecturas. A 25 años de su muerte, Borges a secas ―como si en el camino se hubiera despojado del acaso barroco o folletinesco Jorge Luis― cifra un puñado de coordenadas móviles y moldea una autonomía literaria abierta a las múltiples miradas de los lectores.

Más allá de la saturación, la repetición y hasta la deliberada pereza intelectual por reproducir un libreto que condenaría al museo textual las mejores páginas del autor de Otras inquisiciones, cuatro escritores aceptan el convite de revisar el inventario borgeano, rehuyendo la monumentalización complaciente y la estampita escolar.

Desde un umbral de cierta “incorrección” pertinente para conjurar “la placa bruñida”, Sylvia Molloy sugiere aprender a ver a Borges como veía Pierre Menard a Cervantes: como un escritor “contingente”, “innecesario”, para volver a leerlo. Edgardo Cozarinsky repara en un único texto desperdigado “en innumerables fragmentos contradictorios”, que solos no representan la complejidad de una obra. Juan José Becerra plantea la existencia de “literaturas autónomas” que quizás hayan surgido de la onda expansiva de Borges, como las de Ricardo Piglia y César Aira, para convertirse en “otra cosa”. Guillermo Martínez rechaza las simplificaciones académicas que postulan a un Borges como organizador o divisor de aguas del canon y propone rescatar un puñado de lecciones que no deberían perderse de vista, como la precisión, el papel de la corrección, la búsqueda del adjetivo certero y la ambición de llegar a una forma “última y perfecta”.

“Esto, señor, es una digresión”

“Borges es el hecho radiactivo de la literatura argentina ―afirma Becerra―. Lo único que se puede hacer al respecto es escapar de él. Si hay un horizonte borgeano, ese horizonte está atrás; es el horizonte que preferimos no ver. Aunque está claro que por acción de fuga u omisión de su importancia, Borges sigue siendo una presencia fuera de lo común. Pero es bastante visible que a la hora de escribir los escritores argentinos, en general, prefieren la negación de Borges, hacer como si nunca hubiera existido, antes que someterse a la tragedia artística de descubrirse teniendo una vida o una obra borgeana”.

Cozarinsky, en diálogo con Página/12, destaca que siempre lo cautivó “una imagen de la literatura, o la historia, o la filosofía, o el cine, como un único texto desperdigado en innumerables fragmentos, aun contradictorios, que solos no la representan ni juntos la agotan”.

Al listado de prodigios borgeanos también agrega otra enumeración medular. “Borges borroneaba con elegancia, hace más de sesenta años, los bordes del ensayo y la ficción; leemos Otras inquisiciones como libro de ensayos porque se nos presenta como tal, pero algunos de sus textos ―‘La muralla y los libros’, por ejemplo― no son menos ficciones que ‘Examen de la obra de Hebert Quain’ o ‘Tres versiones de Judas’”, compara el autor de La novia de Odessa.

“Además, no sólo esas lábiles categorías pueden deslizarse, confundirse, sino que podemos leer como literatura textos que no pretenden pertenecer a esa augusta disciplina, pero donde un ardid narrativo, una felicidad de adjetivación, confieren a alguna crónica periodística o histórica, una anotación en un diario de viaje, un exabrupto ―el famoso ‘Esto, señor, es una digresión; espero su argumento’ de un doctor Henderson, citado por De Quincey, a quien en una discusión le arrojaron un vaso de vino a la cara―, una dignidad de la que son huérfanos muchos esforzados ejercicios que aspiran a la literatura. Atento a la variedad del mundo, el joven Borges lo estuvo a las inscripciones de carro y a las letras de tanto en tanto, como a la Encyclopedia Britannica”.

Las guerras ilusorias

El interrogante sobre si la literatura argentina, aun la “menos borgeana”, lleva la firma del autor de El Aleph continúa flameando en el horizonte de un modo dispar y objetable. “Nunca creí en la tesis que sostiene que Borges divide líneas u organiza la literatura argentina o es el centro de un sistema, o proyecta su sombra terrible ―aclara Martínez―. Me parecen las típicas simplificaciones erradas de una mirada académica que cree, en primer lugar, en algo tan discutible como que existe un sistema literario argentino y, en segundo lugar, que el interés principal de los escritores sería escribir obras en alianzas u oposiciones unos contra otros, como si fueran ejércitos en ese tablero imaginario de soldaditos trazado por ellos”.

El autor de Crímenes imperceptibles plantea que basta pensar que hasta que Borges cumplió sesenta y pico de años, con casi toda su obra escrita, “se lo despreciaba e ignoraba absolutamente en estos mismos círculos, tanto por el carácter ‘no comprometido’ y de juegos ‘estériles y metafísicos’ de sus obras como por sus posiciones políticas”.

El hollín de ese pasado de ninguneo es conjurado por la efusión de la efemérides. “No puede decirse que la generación del ’60 haya escrito bajo su influjo o en oposición a él, más allá de que algunos lo admiraran en una relación amor-odio, como prueban los cuadernos de Saer ―recuerda Martínez―. Tampoco creo que la literatura de los años setenta pueda pensarse en términos de adhesión o rebelión a la estética borgeana; sería claramente forzado y reduccionista. Sí hubo en los años ochenta, con la figura de Borges y su obra en el cenit de la fama, un intento de ‘juegos de guerra’ para oponerle, primero a Puig, luego a Walsh. Pero por supuesto, otra vez, estas son más bien muestras de las limitaciones de nuestra crítica: ni Puig ni Walsh se propusieran nunca hacer la contraobra borgeana, sino otra cosa. La obra de cada escritor tiene en general mucho más que ver con su vida, sus obsesiones, sus secretos, su infancia, y sus lecturas propias, que con ese juego posterior de clasificaciones y guerras ilusorias que pesan muy poco a la hora de sentarse al escritorio.”

Molloy subraya que cuando se produce una marca tan fuerte como la de Borges tarda mucho en eclipsarse, en transformarse, en traducirse. “El mero impacto de su obra se vuelve referencia inamovible, saturada por lecturas repetitivas y perezosas. La referencia Borges, ya sea la obra o el autor, queda condenada a una suerte de museo textual. Esa monumentalización complaciente de Borges opera en contra de su texto, es decir lo reduce, lo vuelve, como hubiera dicho él, ‘todo para todos, como el profeta’, limitando la posibilidad de una interlocución fecunda”, advierte la autora de El común olvido y Desarticulaciones.

“Tenemos que aprender a ver a Borges como veía Pierre Menard a Cervantes, es decir, como un escritor ‘contingente’, ‘innecesario’. Es el mayor desafío: desplazar a Borges, distraernos de él, inventar su deslectura para volver a leerlo”.

Diversas entonaciones

Becerra estima que hoy se escribe “sin Borges” porque no ha dejado una herencia de la que se pueda “disfrutar”. “La obra de Borges es una línea única y dorada de la literatura argentina que se cortó con él. Me refiero al Borges que escribía ficciones. En cambio el otro Borges, el lector, sí convive con esta actualidad y no sé si directamente no piensa por nosotros”, dispara el autor de Toda la verdad.

Molloy vacila: no sabe si hoy se escribe “con” o “contra” Borges. Al fin de cuentas ―suscribe― no importa. “Escribimos después de Borges, quien a su vez escribió después de otros, sabiendo que todo ha sido escrito y a la vez no pudiendo dejar de escribir. Borges no cree en la originalidad como tampoco cree en la clausura; ‘el concepto de texto definitivo ―escribió― no corresponde sino a la religión o al cansancio’. Cree, sí, en lo que llama la ‘diversa entonación’ de los textos: todo está escrito pero, a la vez, todo está por escribirse, por entonarse de otro modo. Borges cree en la conversación entre textos, que es también conversión, traducción, nueva lectura. El escritor facilita esa conversación: establece nexos, se hace cargo del relevo ―explica―. Vale la pena recordar los muchos cuentos de Borges que son, o dicen que son, historias ya contadas, twice-told tales, como los llamaba Hawthorne. No sé si Borges escribe contra un fantasma, más bien creo que se resigna a serlo, asumiendo lo que él mismo hubiera podido llamar la nadería de la autoridad”.

En los renglones del presente, estampar el vocablo herencia en singular obtura los hilos de esas conversaciones que se podrían entablar con sus textos. “La herencia borgeana es tanto una obra como una actitud en la literatura”, dice Martínez, quien rescata como lecciones que no deberían perderse la precisión, el papel de la corrección, la búsqueda del adjetivo certero, la ambición de llegar a una forma “última y perfecta”. Menciona, además, la hospitalidad con la filosofía y las ideas, la erudición y la preferencia por los mundos autónomos de la ficción.

“Creo que tuvo un gran valor y un orgullo de la mejor clase para resistir con su programa y su propia estética, en un mundo intelectual que le fue por mucho tiempo muy hostil. Valorizó al relato policial, fantástico y de ciencia ficción a contracorriente de su época ―pondera el autor de La muerte lenta de Luciana B―. También es notable su manera desprejuiciada de leer y juzgar a los grandes popes literarios, no importaba si se llamaban Joyce, Goethe, o Shakespeare, nunca se inclinaba incondicionalmente. En los Textos cautivos y en Textos recobrados puede verse en toda su dimensión esta manera personal de ejercer la crítica”.

Más que una herencia, o varias herencias, Molloy prefiere precisar que dejó inquisiciones, para usar una palabra muy suya. “Nos enseñó la necesidad de cuestionar certidumbres, de desarticular planteos demasiado perfectos, de dudar. Borges sabe que hay siempre, para todo argumento, aun los más convincentes, un and yet, and yet, es decir un resto que pone en tela de juicio lo que se ha dicho anteriormente. Y esto desde un comienzo, aun en su obra más temprana. Pienso en un libro para mí crucial, su Evaristo Carriego, que es, de todos sus libros, el que me llevaría a la proverbial isla desierta si me dieran a elegir sólo uno; y pienso en la descripción de la casa de los Borges que aparece al comienzo, el hortus conclusus que es a la vez hogar protector ―‘detrás de una verja con lanzas’― y biblioteca familiar ‘de ilimitados libros ingleses’. Pues bien, inmediatamente ese lugar conocido, reconfortante, se ve inquietado por un afuera perturbador, a la vez peligroso y atractivo, el ‘más allá de las rejas’ que es Palermo. Esta desazón que aquí Borges plantea en términos espaciales es emblemática de toda su obra. No hay clausura: hay siempre una salida, un intersticio, una falla que se presta, para citar a su muy leído Henry James, a otra vuelta de tuerca. Y si no parece haberla, nos dice su obra, es porque no sabemos ver”.

Cuesta encontrar epígonos borgeanos en el horizonte literario argentino. “En las nuevas generaciones, la influencia de Borges es nula ―opina Becerra―. Pero veo literaturas autónomas que quizás hayan surgido de la onda expansiva de Borges para luego convertirse en otra cosa. Piglia es un ejemplo. En él vemos una aceptación de Borges y también un modo de alambrar su obra, como si dijese: ‘todo bien conmigo, Georgie, pero de acá no pasás’. Me parece que Piglia hace un uso muy sagaz de Borges y encuentra modos útiles de relacionarse con él. Y el otro caso es (César) Aira, que lo que hace es sabotear la máquina borgeana de producir ficción, enloquecerla y superarla. Toma de Borges la especulación como materia prima de la ficción y la lleva a niveles inalcanzables incluso para el propio Borges”.

Martínez tampoco alcanza a vislumbrar, al menos entre los escritores argentinos, epígonos de Borges. Pueden, de vez en cuando, asomar algunas pocas influencias, cada tanto una cita aquí o allá, “lo que resulta casi inevitable como tentación para cualquiera que se haya puesto en contacto con su literatura”.

Cozarinsky no duda en definir como “fatal” la tentativa de imitar el tono, el vocabulario y la sintaxis de Borges. “Quienes lo intentaron en los años ’40 y ’50 perecieron víctimas de su error. El mismo Borges fue limpiando su prosa del asfixiante barroquismo populista de sus artículos de los años ’20, hasta acceder al tono inconfundible que lo iba a identificar”, argumenta el autor de La tercera mañana. “No veo en las letras argentinas una herencia de Borges que valga la pena señalar, a menos que se trate de una fe inconmovible en la primacía de lo literario. En cambio, en W. G. Sebald, en Danilo Kiš, en Aleksander Hemon, autores más cercanos a mi sensibilidad que mis vecinos, discierno una presencia, a veces tácita, otras declarada, siempre fecunda, de una lectura asidua de Borges”.

Piglia postula en El último lector que quizá la mayor enseñanza de Borges sea la certeza de que la ficción no depende sólo de quien la construye sino también de quien la lee.

“Nunca está claro en la literatura si es más importante escribir que leer ―matiza Becerra―. Lo que hace Borges es poner ambas fuerzas en una relación de equilibrio. Pero se trata de una idea bastante lógica, porque si la ficción no depende en gran medida del lector, entonces leer no sería una experiencia. Sin embargo, una cosa es esa idea, muy democrática y precisa, y otra cosa es el uso que ha hecho Borges de algunas literaturas que no le gustaban y por lo tanto no las sometía a la interpretación sino al desprecio”.

Molloy coincide con el análisis de Piglia. “No sólo cree Borges que, pese a que todo está ya escrito, todo puede entonarse diversamente; cree también que todo, a medida que pasa el tiempo, puede leerse diversamente. Para Borges la literatura no es monumento sino hecho móvil”. La escritora y crítica cita al propio Borges para redondear esta interpretación: “Si me fuera otorgado leer cualquier página actual [...] como la leerán en el año dos mil, yo sabría cómo será la literatura del año dos mil”.

“En ese hecho móvil participan tanto escritores como lectores: escribir y leer son dos aspectos del proceso, igualmente efímeros, pasajeros, inestables, intercambiables.” Molloy elige recordar las palabras al lector del comienzo de Fervor de Buenos Aires: “Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor”.

Tomado de Página/

Tomado de
La Ventana

Tuesday, June 14, 2011


VOCES DEL SIGLO XXI

Julia del Prado
(Perú)



Abrí el libro y su lectura...

Abrí el libro y su lectura
en una noche de insomnio;
bebí de esas líneas que dejaste
marcadas o selladas
en ese tiempo, que fue tuyo.
Tomé una hoja en la que decías:
-hoy amamanté nuestro sueño y tu figura -
quedé así meditando en tu palabra
despierta permanecí
con el sonido de tu voz, en acogida.
Lejos estás, más allá del círculo
que trazó ese diciembre
de extraña despedida.

©Julia del Prado



Unos toman éter, otros cocaína.
Yo me emborraché con tristeza.
Hoy bebo alegría.
Manuel Bandeira

Alegoría de febrero

Yo bebo alegría, de tu esencia frutal
y con esa boca exquisita, la mañana se torna afable
bolero de antaño como fiestero ritmo;
de febrero en carnaval.

Yo vuelvo a la alegría, cuando atrapo esas figuras
del rock de Elvis, del twist de Chubby
más la lambada de tono amarillo; mieles y fulguras
de naturaleza fractual, algarrobina y piscosour.

-No fue aquel día, sino el calendario
de mis muñecos de cuerda, o nosotros en ese salón;
donde se lucía simple coquetería, en martes de carnaval.

Atrapo esa ola, la sonrisa acude a mi rostro
brillo en nuestros ojos, en esa canción que trae la piedra;
círculos de música como reflujo de mar
rasgos fónicos de verano de carnaval.

©Julia del Prado

Huacho, 15 de enero del 2011




Bella, mi gaviota


A esa princesa de corte fatua,
las olas en su sonido de casitas de tritones
no lograban arrullarla; sólo una pluma
le producía un ligero cosquilleo, en su frío páramo.


Cubrió sus hombros con su chal negro
en playa desierta, saboreo esa tarde
con vino y sangría, hizo ademanes en redondo;
abrazo sin más la tierra.

Y poco a poco, lentamente, sin premura
ingresó a la mar desnuda,
ya no cabía más en ella su último amante
que un día la llamó:"Brisa, Bella, mi gaviota".

©Julia del Prado



Cáliz de miel

Cuida a la guagua
desde su cáliz
donde la miel brota
lo arropa
desde su corazón azul
lo arrulla
desde su canción adornada
en rimas quechuas.

Un día la guagua
le dará a su madre
cada brote
donde renace
dúctil la pachamama.

©Julia del Prado




Cuando escogí la selva
para aprender a ser,
hoja por hoja
entendí mil lecciones.
(Lo que nace conmigo. Pablo Neruda)


Lecciones de selva

Cuando escogí la tierra de los árboles
en esos viejos libros, supe que un día
hallaría: la capirona, su esencia.
Tomaría en mis manos su tronco
mi vista se perdería en su altura,
reiría y lloraría con ella; si alguna
guagua nace, al compás de su cántico.

Abrazaría al renaco,
su naturaleza, lo sentiría en el pantano
protegido por su Madre: chullachaqui
que lo libra de envidias ajenas.

Veía como en un cuadro
ese atardecer en esos ríos todavía caudalosos
y me asombraría de su mundo
cuando mi oído, mi mente,
se llena de esas historias del caucho, de
colonizadores impíos.
Ellos dejaron muerte
más resurge el hombre implacable
con su fruto en reciclo.

Cómo no amarlo a ese bagrecillo
en su historia de río, o en el bufeo colorado
que sonríe en silbido, enamorado de la balsa,
mientras lo llama la sangre de la mujer alegre;
que danza.

Me siento inocente, joven, lenta, fecunda,
con la pureza de su aire que todavía, respiro;
a través del ungurawi,
con el canto de las cigarras en hora de tarde
que me lleva a los guácharos, en su cueva de Humboldt.

Noche oscura se viene, silenciosa, donde
los luceros dominan en esa cocha.

Amanecí con Neruda.
Anochecí con Raimondi.
no es un día cualquiera, así sin torpeza
extendí mis lecciones.

©Julia del Prado

Huacho, 16 de enero del 2011.




No nos vemos nunca cara a cara,
Oh antepasado que mi voz no alcanza
Para ti ni siquiera soy un eco;

(Jorge Luis Borges: Al primer poeta de Hungría)


Chacana de Inkarri

Nos vemos cara a cara
en vigilia diáfana,
como cuando me arrullas
-aún mi espalda dormida-
con gráciles soplos.

Vienes a mí en forma de luna,
o de nube, o de otro sol;
Oh Hermano: suena el cuenco
entonces alucina esa chacana
de Inkarri, de tiempos, de ancestros.

Tu voz se escucha lejos, más se acerca
en tu consejo que con vida dejaste
como trazo en almohada.

Mi eco avanza cuando lo escucho
desde esa montaña, y llega como ansia
a tu bosque de magia.

Y este planeta quizás un día se vaya
para ese entonces, seremos otros seres
en múltiples astros, oh Hermano.


©Julia del Prado

Huacho, 16 de enero del 2010.





Toc toc toc suena la aldaba y en esa casa inmensa, deteriorada por el tiempo, sólo queda como habitante el gato de la abuela, un gato gordo, inmenso que debe tener como 50 años. Ha tenido más de siete vidas y como única compañía tiene un espejo.

Toc toc toc vuelve a repicar la aldaba, el gato raudo intenta abrir la puerta, pero se choca con el espejo y queda atrapado dentro de él, se le ve como a Walt Disney le gusta; con las manos en alto, en la mano izquierda una pistola a lo cowboy y con sus patas abiertas.

Permanece así con una una sonrisa siniestra.

©Julia del Prado



(Microcuento)

Estás lobo. -Si estoy. ¿Y dónde estás? -En la playa, triste y solo, varado frente al mar. ¿No estará Caperucita a tu lado?

-No qué va. Acechan los gallinazos, y entonces la ingrata muchacha no acude.

Sigue la playa, en lobuno silencio, interrumpido de vez en cuando por el rumor cristalino del mar.

©Julia del Prado

















Julia del Prado Morales de Peña
, limeña, de ancestros arequipeños universales. Bibliotecaria titulada de la antigua Escuela Nacional de Bibliotecarios, Licenciada en Bibliotecología y Ciencias de la Información, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En Medellín, Colombia se especializó en Bibliotecas Escolares y Literatura Infantil en
la Universidad Nacional de Antioquia, becada por la Organización de Estados Americanos. Recorrió Colombia, Costa Rica, El Salvador, México, Guatemala, Panamá, Ecuador, Argentina y Chile, países de nuestra América, alimentándose de su naturaleza y realidad.

Escritora, Periodista y Docente. Ha publicado Estampas y leyendas de Huacho y del Norte Chico. Huacho: 1999 En toda el alma hay una sola fiesta [libro de poemas]. Huacho: 2000, el libro de historia viva: Encuentro con Huacho y allende los mares. Lima: Biblioteca Nacional del Perú, 2001. Cabriolas [historias en verso para niños]. Lima: Editorial San Marcos, 2004.

Próximos libros a editarse: La tortuga Alicia, libro para niños
El tuturutu, poemario


Nota del autor del blog: Los trabajos visuales que sirven como ilustración de esta breve muestra poética de la poeta peruana, Julia del Prado, son del poeta y artista visual, Gonzalo y pueden visitar su web en: http://www.vbz.es/vbz.htm

Monday, June 13, 2011

La poesía nos libera de las miserias de nuestra propia lengua


Entrevista al crítico, ensayista, profesor, poeta y narrador Julio Ortega: «El español es la lengua menos moderna, más ideológica, cargada de machismo, racismo, xenofobia, y de una capacidad de estereotipar que nos impide liberarnos en un diálogo de mutuo reconocimiento ético y democrático»

por Juan Nicolás Padrón, especialista del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas

El crítico, ensayista, profesor, poeta y narrador Julio Ortega visita La Habana. Profesor de la Universidad de Brown, su labor como ensayista ha fructificado en varios volúmenes sobre escritores latinoamericanos, además de su creación en la narrativa y la poesía. Es muy conocido por sus indagaciones críticas en la obra de creadores emblemáticos, entre ellos los clásicos Rubén Darío y César Vallejo.

Ha estudiado asimismo la producción de los peruanos José María Arguedas y Alfredo Bryce Echenique; la de chilenos tan diferentes como Nicanor Parra, Diamela Eltit y Roberto Bolaños; argentinos de la fama de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar; o mexicanos paradigmáticos como Alfonso Reyes, Octavio Paz y Carlos Fuentes. De Cuba se ha interesado por José Lezama Lima, Cintio Vitier, Fina García Marruz, César López, Manuel Díaz Martínez y Reina María Rodríguez, entre otros.

Todos los estudiosos de literatura latinoamericana aquí lo conocen; sin embargo, usted no había venido a Cuba hasta hace un año: ¿qué lo ha motivado especialmente a acercarse ahora a la Isla, y especialmente a la Asociación Hermanos Saíz, una institución que representa a los jóvenes artistas cubanos?

―En verdad, tengo una larga relación con la literatura cubana. Primero, por razones meramente generacionales. Algunos de mis mejores amigos vivieron la Revolución Cubana de modo entrañable, como Rodolfo Hinostroza, y hasta trágico, como Javier Heraud. En 1968, Antonio Cisneros ganó el premio Casa de poesía, con Canto ceremonial contra un oso hormiguero, uno de los libros claves de la sensibilidad poética de mi generación. Ese mismo año escribí un ensayo sobre Paradiso, de Lezama Lima, y encontré mi propio camino de diálogo con Cuba.

»Y en 1970 estuve en Yale como joven lector de literatura latinoamericana y dediqué mi curso a la novela cubana de la Revolución, producto del cual fue mi libro Relato de la Utopía (Barcelona, La Gaya Ciencia, 1972). Después, en Paris, conocí a Severo Sarduy, que profesaba la cultura cubana como una constelación mítica. He sido colaborador de las revistas Conjunto y Casa de Américas, y también buen amigo de Jesús Díaz y de Antonio Benítez Rojo, sobre quienes he escrito con gusto, aunque menos de lo que hubiese querido hacerlo.

»Me tocó en suerte editar el tomo de Lezama Lima en la Biblioteca Ayacucho, y en todas mis antologías he tratado de incluir voces cubanas de invención. He hecho algunos cursos sobre letras cubanas, de dentro y fuera, y la próxima primavera dictaré uno sobre las nuevas voces, las que escenifican el siglo XXI. Tuve especial sintonía con la poética de Cintio Vitier, de cuyo premio Juan Rulfo fui miembro del jurado.

»Me habían invitado a venir varias veces pero sentí que inaugurar un coloquio sobre Lezama Lima, organizar una mesa redonda en la Feria del Libro con Reina María Rodríguez y Víctor Fowler, y dictar un seminario sobre César Vallejo (co-auspiciado por la Asociación Hermanos Saíz, la Universidad y el grupo Torre de Letras) me hacían sentir lo que yo llamo la gracia gratuita de sentirse útil. Soy uno de los pocos intelectuales latinoamericanos que puede decir que a Cuba no le debe un café. Le debo, en cambio, unos libros, unos amigos, y algunas páginas».

¿Qué conoce de la emergente literatura cubana y qué escritores le interesan de ella? ¿Cómo valoraría su lugar en el ámbito latinoamericano, sus logros y valores o problemas y limitaciones, y qué géneros y obras considera de mayor interés?

―Cuando vivía en Barcelona, hacia 1972, leí las Obras completas de José Martí, de modo que seguramente mi visión de Cuba es martiana. Esa leve hipérbole del lenguaje sobre el tema la adquirí en esa inmersión exaltante en Martí. Me pasó otro tanto leyendo a Lezama. Pero mi visión de la literatura no es nacional, sino que está hecha del diálogo creativo entre las varias orillas del idioma poético. De modo que leo a Martí y Lezama como contemporáneos, y a Reina María Rodríguez, Victor Fowler y Juan Carlos Flores en la escena de una actualidad donde se configura la futuridad que desborda el presente de la escritura. Estas visitas me ayudan a leer mejor en esa clave de la escritura de invención, que es la que me importa más.

César Vallejo fue un símbolo para las promociones de escritores de los años 50 y 60: ¿por qué cree que siendo uno de los poetas más importantes de la lengua de todos los tiempos, y aunque ha sido muy estudiado por universidades y academias de cualquier lugar, actualmente es poco leído fuera del Perú, y, en el primer mundo, casi desconocido, incluso por una parte de personas que presumen o se avalan como cultas?

―A mí me parece que Vallejo es leído por los lectores que su obra imagina. Nos ha enseñado a esperarlo todo del poema y a creer en la poesía como una exploración superior a nuestras fuerzas. Hay pocas voces que esperan tanto de nosotros, porque empiezan como una crítica del lenguaje y nos devuelve una palabra hecha más cierta. Es una demanda cuya medida nos excede y no sabemos muy bien qué hacer con ella.

De acuerdo con el estado cultural de “nuestra América” en este momento, ¿considera que una relectura de Vallejo contribuiría a repensar los poderes de la lengua, que a su vez son los del pensamiento? ¿Hasta qué punto la poesía puede favorecer esta reflexión?

―Efectivamente, la lengua natural nos sirve de poco para las exigencias del futuro, cuando se decide nuestra suerte diferencial como comunidad humana. Trabajo ahora en los condicionamientos de todo orden que el lenguaje nos impone, limitando severamente nuestra creatividad de nuevos sujetos. El español es la lengua menos moderna, más ideológica, cargada de machismo, racismo, xenofobia, y de una capacidad de estereotipar que nos impide liberarnos en un diálogo de mutuo reconocimiento ético y democrático. Por eso repito que si hubiera una sola verdad, un solo mundo, una sola versión de los hechos, América Latina no tendría lugar en el discurso. Nos debemos a la diversidad, la mezcla y la inclusión, a esa invención americana de lo moderno como horizonte más humano, libre de la violencia de todo orden que todavía nos encadena al egoísmo y la poca fe en nuestras propias fuerzas. La poesía es un lenguaje que nos libera de las miserias de nuestra propia lengua.



Tomado de La Ventana
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