Tuesday, August 31, 2010



Danza con el cielo ominoso
Miguel Ruibal



RETRATO DE COTIDIANIDAD


A María del Toro

A mi madre
las sirenas le robaron la voz
mientras soñaba
que un príncipe azul
la rescataba
de la boca de un dragón.
Pero el héroe
jamás acudió a ayudarla.
Desde entonces
no ha vuelto a fumar
tampoco sueña
temerosa de causar
otra tragedia.

Daniel Montoly ©



LA LEY DE NEWTON

Tu rostro al igual que el corazón
de esta manzana
es una metáfora
rehusando revelar
lo que encierra
ante la posibilidad
de su caída

Daniel Montoly ©


RETRATO DE EVA


En sus labios
pedazos de cristal negro
solean su rostro opaco
como iguanas.
Ella angustiada cruza
la Sandusky Avenue.
Entre los dedos veranea
un cigarrillo
y en la otra mano,
mordida, una manzana.

Daniel Montoly ©


Nota del autor del blog: La obra visual que acompaña esta muestra breve de poesía, pertenece al artista uruguayo, Miguel Ruibal. Para quienes estén interesados en conocer más sobre la obra de este talentoso artista uruguayo comparto dos enlaces:
http://miguelruibal.blogspot.com/, http://miguelruibal.org/

Saturday, August 28, 2010

RECONDANDO A JOSÉ LEZAMA LIMA





Palabras más lejanas

La mañana suda una palabra,
apesadumbrada desaparece,
correteando dobla la esquina.
Entre silenciosa en la taberna,
todavía allí los cantantes metafísicos de Pulcell,
el eco de la campana adelgaza.
Pondrían las manos sobre su hombro,
Añadirían otras palabras al oído.
jugará a perderse
con las arenas que la bruñen.
Está alegre porque ha venido
a verle su nueva cara, se adormece
en el ahumado rodar de las monedas.
Desaparece como una ardilla,
en la medianoche de la otra esquina
recién apagada.


Discordia


De la contradicción de las contradicciones,
la contradicción de la poesía,
obtener con poco de humo
la respuesta resistente de la piedra
y volver a la transparencia del agua
que busca el caos sereno del océano
dividido entre una continuidad que interroga
y una interrupción que responde,
como un hueco que se llena de larvas
y allí reposa después una langosta.
Sus ojos trazan el carbunclo del círculo,
las mismas langostas con ojos de fanal,
conservando la mitad en el vacío
y la otra arañando en sus tropiezos
el frenesí del fauno comentado.
Contradicción primera: caminar descalzo
sobre las hojas entrecruzadas,
que tapan la madriguera donde el sol
se borra como la cansada espada,
que corta una hoguera recién sembrada.
Contradicción segunda: sembrar en las hogueras.
Última contradicción: entrar
en el espejo que camina hacia nosotros,
donde se encuentran las espaldas,
y en la semejanza empiezan
los ojos sobre los ojos de las hojas,
la contradicción de las contradicciones.



La madre

Vi de nuevo el rostro de mi madre.
Era una noche que parecía haber escindido
la noche del sueño.
La noche avanzaba o se detenía,
cuchilla que cercena o soplo huracanado,
pero el sueño no caminaba hacia su noche.
sentía que todo pesaba hacia arriba,
allí hablabas, susurrabas casi,
para los oídos de un cangrejito,
ya sé, lo sé porque vi su sonrisa
que quería llegar
regalándome ese animalillo,
para verlo caminar con gracia
o profundizarlo en una harina caliente.
La mazorca madura como un diente de niño,
en una gaveta con hormigas plateadas.
El símil de la gaveta como una culebra,
la del tamaño de un brazo, la que viruta
la lengua en su extensión doblada, la de los relojes
viejos, la temible
y risible parlante.
Recorría los filos de la puerta,
para empezar a sentir, tapándome los ojos,
aunque lentamente me inmovilizaba,
que la parte restante pesaba más,
con la ligereza del peso de la lluvia
o las persianas del arpa.
En el patio asistían
la luna completa y los otros meteoros convidados.
Propicio era y mágico el itinerario de su costumbre.
Miraba la puerta,
pero el resto del cuerpo permanecía en lo restado,
como alguien que comienza a hablar,
que vuelve a reírse,
pero como se pasea entre la puerta
y lo otro restante,
Parece que se ha ido, pero entonces vuelve.
Lo restante es Dios tal vez,
menos yo tal vez,
tal vez el respaldo solar
y en él a horcajadas el yo tal vez.
A mi lado el otro cuerpo,
al respirar, mantenía la visión
pegada a la roca de la vaciedad esférica.
Se fue reduciendo
a un metal volante con los bordes
asaltados por la brevedad de las llamas,
a la evaporación de una pequeña
taza de café matinal,
a un cabello.





Ahora penetra

Ahora, se esconde en el río,
las demás son visitables.
Brusca, se quemó en el caserío,
fantasmas lentos, trastrocables.

Tieso, mil perdones, estofado,
penetró sombroso a su rincón.
galón verde, arañado,
al comenzar el bailón.

Guiñado la reina mate,
tuerce el ánade su recado.
Cometa, vajilla de equilibrado,

sonríe el lunar mientras late.
En la polka fue aclamado,
brindando salmón sonrosado.

El alzapaños testigo, escoria
de cobre, vestir de oro.
En la gruta, tren sonoro,
zapatea el arlequín de achicoria.

Hay que ver lo que se pinta
la tejedora morena.
Casaquín de la opereta, linda,
Tatianov con su cruz Lorena.

El farol ya está en camino
cambiando sombras y tragos.
Malhayas de aquel espino,

tijera el verano de halagos.
En la muerte fue aclamado,
brindando el hijo resucitado.

Del saco donde sumerge
Sócrates la cabezota
y el humo, sí no se embota
la razón, que nos protege.
¡Líbranos de todo mal!
Suficientemente carnal
la abeja de la razón,
ya no vuelve y no protege.
Oh buitre, logistikón,
en tu seguir al que sigue.


Corta la madre del vinagre

Corta la madre del vinagre.
Taja, tajada, taja, sijú.
De la rama al entredós, búho,
tu péndulo raspa el suelo.
Al ras de la inmensa madera
horizontal, raspa, sijú.
Cuelga tu péndulo en el rocío,
búho; raspa, sijú, silva,
almíbar sobre la roca cubierta
de medusas que enrollan el péndulo.
Raspa la arena que ayer manchaba
el péndulo; taja, sijú,
corta la médula del aceite.
El péndulo raspa la madre del vinagre.
Lánzate, búho, tu sombra está en la arena.
Deseas clavarte carnalmente
en tu sombra espesa. Allí estás,
en la médula del aceite.
No te cuelgue del péndulo
que raspa la madre del vinagre.


Pez nocturno

La oscura lucha con el pez concluye;
su boca finge de la noche orilla.
Las escamas enciende, sólo brilla
Aquella plata que de pronto huye.

Hojosa plata la noche reconstruye
sus agallas, caverna de luz amarilla
en coágulos de fango se zambulle.
Frío el ojo del pez nos maravilla.

Un temblor y la mirada extiende
su podredumbre, lo que comprende
ligera aísla de lo que acapara.

Aquel fanal se pierde y se persigue.
La espuma de su sueño no consigue
reconstruir la línea que saltara.


Ahora que estoy


Ahora que estoy, golpeo, no me siento,
rompo de nuevo la armadura hendida,
empiezo falseando mi lamento,
concluyo durmiéndome en la herida,

que no en mí, en la pared, procura el viento,
y no es mi herida, si la luz perdida
procura ironizar el firmamento
o se recuesta en la comenta huida.

Cínico lebrel, gamo biselado,
de la luna soporto la blandura,
no su misterioso río de leche.

Me aduermo, que la sombra fleche
lo que es mi ser y lo que está flechado,
golpe o bostezo, luz o sombra quemadura.


Último deseo


De la fe que de la nada brota
y de la nada que en la fe hace espino,
ileso salto de mágica pelota
que paga en sangre el buen camino.

Y si rebota más, solo nos toca
al desempedrar los bordes del destino
la mágica epidermis que rebota
en el coral de un arenal divino.

En el murmullo de pinos siderales
las nubes a bien medido engaño
del cuerpo, flor del viejo espacio.

Previa al no ser envía sus cristales
a la ciudad de amanecer extraño
y sigue hilando sus nubes muy despacio.

























José María Andrés Fernando Lezama Lima,
conocido sencillamente como José Lezama Lima (La Habana, 19 de diciembre de 1910-íbid, 9 de agosto de 1976) fue un escritor cubano. Aunque fue fundamentalmente poeta y ensayista, su novela Paradiso ha alcanzado una gran repercusión internacional desde su publicación en 1966.


Lezama nació en 1910 en el campamento militar de Columbia, en La Habana, hijo de José María Lezama y Rodda, coronel de artillería e ingeniero, y de Rosa Lima.

En 1920 ingresa en el colegio Mimó, donde concluye sus estudios primarios en 1921. Comienza sus estudios de segunda enseñanza en el Instituto de La Habana, donde se gradúa como Bachiller en Ciencias y Letras en 1928. Un año más tarde iniciará los estudios de Derecho en la Universidad de La Habana.

Su obra culterana está saturada de claves, enigmas, alusiones, parábolas y alegorías que aluden a una realidad secreta, íntima y, al mismo tiempo, ambigua. Desarrolló una erótica de la escritura, anticipándose, de esta manera, a las corrientes europeas de la estilística estructuralista. Sus ensayos son imaginativos, poéticos, abiertos y constituyen una recreación de textos y visiones. Promotor de revistas y cenáculos, supo congregar en torno de sí a poetas de la talla de Gastón Baquero, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Virgilio Piñera y Octavio Smith, entre otros. Su amistad con el poeta y sacerdote español Angel Gaztelú, contribuyó a la formación de su mundo espiritual.

Participó el 30 de septiembre de 1930 en los movimientos estudiantiles contra la dictadura de Gerardo Machado. Publicó su primer trabajo, el ensayo Tiempo negado, en la revista Grafos, en la que al año siguiente se publica su primer poema titulado Poesía. Fundó en 1937 la revista Verbum y su famoso libro Muerte de Narciso. Durante los siguientes años creó otras tres revistas: Nadie parecía, Espuela de Plata y Orígenes junto a José Rodríguez Feo, una de las publicaciones más importantes de la década del 40, en la que publicó los primeros cinco capítulos de su obra cumbre: Paradiso. El 12 de septiembre de 1964 muere la madre del poeta. Luego éste se casará con su secretaria María Luisa Bautista el 5 de diciembre del mismo año. Sólo salió de Cuba durante dos breves períodos en viajes a México y Jamaica. Un año después ocupa el cargo de investigador y asesor del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias. Es en esa época cuando publica su Antología de la poesía cubana.

Su novela Paradiso, obra cumbre del autor, fue publicada en el año 1966. Considerada por muchos críticos como una de las obras maestras de la narrativa del siglo XX, en ella confluye toda su trayectoria poética de carácter barroco, simbólico e iniciático. Fue publicada en 1970 por la editorial mexicana Era, en una edición revisada por el autor y al cuidado de Julio Cortázar y Carlos Monsiváis.

Paradiso fue calificada por las autoridades cubanas dos años más tarde como "pornográfica" debido al tema de la homosexualidad en su trama y esto sirvió de antesala a la acusación por actividades contrarrevolucionarias en 1971 que le amargó los últimos años de su existencia.

Profundo conocedor de Platón, los poetas órficos, los filósofos gnósticos, Luis de Góngora y las corrientes culteranas y herméticas, devoto del idealismo platónico y ferviente lector de los poetas clásicos, Lezama vivió plenamente entregado a los libros, a la lectura y a la escritura. Se ha dicho de él que fue "un escritor de palabra golosa, henchida de barruntos sobre las más extraordinarias imaginerías. En él, el vocablo se hunde, como inmenso cucharón, en un caldo que contiene todos los saberes y todos los sabores y logra extraer, inimaginablemente entremezclados, bocados que son imágenes, que son poesía. Lezama es un poeta de lo sensual; escritor de una palabra que es deleite, que es placer, que es plenitud." (Rafael Fauquié, Escribir la Extrañeza)

La estética de Lezama es la estética de la intuición y de lo intuitivo: percepción primaria donde se encuentran todas las clarividencias. Por lo que respecta a su poesía, no se alteró especialmente en la forma ni el fondo con la llegada de la Revolución y se mantuvo como una suerte de monumento solitario difícilmente catalogable. Para muchos especialistas, el conjunto su obra representa dentro de la literatura hispanoamericana una ruptura radical con el realismo y la psicología y aporta una alquimia expresiva que no provenía de nadie. Julio Cortázar fue sin duda el primero en advertir la singularidad de su propuesta.

En 1972 recibe el Premio Maldoror de poesía de Madrid y en Italia el premio a la mejor obra hispanoamericana traducida al italiano, por la novela Paradiso.

Falleció el 9 de agosto de 1976 a consecuencia de las complicaciones del asma que padecía desde niño. A pesar de su escasa difusión editorial, la obra de José Lezama Lima sigue trascendiendo más allá del tiempo y las fronteras. Muchos poetas y narradores cubanos, latinoamericanos y españoles posteriores a él siguen admitiendo la influencia significativa que la propuesta de Lezama ha tenido en ellos: el caso más notorio sea quizás el de Severo Sarduy, que postuló su teoría del neo-barroco a partir del barroco de Lezama.

Siendo hermético por instinto y por el exceso expresivo, busca la revelación del misterio de la poesía. Fue un poeta religioso que, como San Juan de la Cruz, hace prevalecer el sentir sobre el decir.

Lezama consiguió devolver a la poesía su esencia, pues en algún momento descendió hasta la inutilidad de la palabra usada y ya desprovista de música. Él estructuró un sistema poético del mundo sin importarle la dificultad que su lectura entrañaba para todos los lectores: quiso explicar el conocimiento del mundo desde la otra orilla, de lo desconocido, de lo otro y en ese recorrido lograr el desvelamiento de un nuevo ser nacido de la oscuridad: la poesía.

José Lezama Lima crea un sistema para explicar el mundo a través de la metáfora y especialmente de la imagen. Su famosa frase lo resume: “la imagen es la realidad del mundo invisible”.

Fuente de la biografía: http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Lezama_Lima

NOTA DEL AUTOR DEL BLOG: Los trabajos artísticos que ilustran esta breve selección de la poesía del José Lezama Lima son propiedad del artista español, Gonzalo. Pueden visitar su página web donde podrán disfrutar de una extensa obra visual como también poética. El enlace es: http://www.vbz.es/vbz.htm

Wednesday, August 25, 2010

NOTA SIN DEVOLUCIÓN


Esto va dirigido a alguien que tuvo la virtud de morir sin saber que se moría, alguien que conocí una lluviosa tarde de cualquier mes de abril. Vino a casa con mi mujer de las manos por la barriada, envuelto en un libro, sin que yo sintiera celos por su compañía.

Nuestra amistad admito que fue de segunda mano, confieso que lo admiro cómo sólo se hace a veces: no porque lo hayan echado al olvido, sino porque tuvo la osadía de ser coherente, cuando vivir era una parodia nacional, y el tango se transformó en una misa de deudos sin muertos.

Me dicen Galeano y Gelman que era un hombre de compromisos, honesto, -aunque tal defecto se les achaca a los dictadores genocidas cuando mueren-, por lo que prefiero llamarle hombre, hombre sin más prefijos u horizontes que los hábitos de ser otros, hombre simplemente. Haroldo Conti, que emerge de la memoria del olvido, porque mientras existan poetas alguno de ellos nunca morirá en el negro ostracismo sin nombre en una fosa al oeste infernal de la indiferencia.

Así los han demostrado Gelman y Galeano: no han permitido que perezca en el sin ojo de la historia. Haroldo, ¡ven, siéntate y despierta! Ven camina con nosotros, que los verdugos traen en sus almas la miseria y un colofón de muerto como currículo en sus axilas. Ven, cántale a la vida, para que sigamos creyendo en ella como posible.


Daniel Montoly

© 2001

Monday, August 23, 2010

William Ospina: “Sin poesía es imposible escribir novelas”

Entrevista al escritor colombiano William Ospina: «Es bueno quitarse de la cabeza que lo que uno hace es su propiedad. La obra se escribe a través de uno, pero pertenece a muchos. Solo en esa medida vale y es importante»
por José Luis Estrada Betancourt

«Fue en las terrazas del Cuzco, un poco después de la toma de la gran ciudad de los incas, donde Gonzalo Pizarro oyó hablar por primera vez de El país de la canela...». Así comienza uno de los capítulos de la novela del también poeta y ensayista William Ospina, quien la tituló justamente, con el olfato literario que asiste a los grandes, El país de la canela, premio Rómulo Gallegos 2009, que el escritor colombiano escogió para cerrar por lo alto —con su presentación de la segunda parte de la trilogía— la Semana de Autor que le dedicara Casa de las Américas en su aniversario cincuenta.

Muchos años le ha tomado a William Ospina terminar esta trilogía que, además de El país de la canela, incluye Ursúa, la cual le valiera el Premio Nacional de Literatura; y La serpiente sin ojos, aún por concluir. Y es que el autor del ensayo Los nuevos centros de la esfera tuvo que revisar y estudiar minuciosamente las crónicas, las cartas, los testimonios de la época, además de otros textos fundamentales como Historia de la conquista del Perú, de William Prescott.


«Prescott escribió una suerte de novela descomunal, contando las conquistas del Perú, recopilando toda la información posible e hizo un libro admirable. Yo, aficionado por la historia del “país de la canela” (nombre que no inventé, sino que fue el que esos expedicionarios le dieron a esa región del Ecuador, ubicada detrás de los montes nevados de Quito, en las orillas de los ríos Coca y Napo —por donde entraron Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana, cuando emprendieron, en 1541, el primer viaje que, por accidente, les permitió descubrir el Amazonas—) me sorprendí de que, a pesar de ser tan minucioso en la descripción, no se hubiera detenido a hablar de la expedición de Gonzalo Pizarro en busca de la canela.


»Ese era un episodio muy interesante, muy importante de la primera historia de nuestro continente, después del desembarco de los conquistadores. Pero Prescott no le había prestado ninguna atención. La verdad es que lo mismo había sucedido con Fray Gaspar de Carvajal, quien acompañó a Pizarro y Francisco de Orellana en su exploración.

»Todos esos relatos hablaron profusamente sobre la navegación por los ríos, pero muy poco sobre lo que había pasado antes, así que para mí eran un enigma los preparativos, los primeros pasos. Me interesaba saber, por ejemplo, cuál había sido la suerte de los 4 000 indios que Gonzalo Pizarro arrastró con él por la fuerza y no volvieron nunca.


»Las auroras de sangre, mi libro sobre Juan de Castellanos (quien contó la aventuras de Orellana, de Pedro de Ursúa, pero también cómo eran los pueblos indígenas, regalándonos el poema más extenso de la lengua castellana) fue, de alguna manera, la preparación, el aprendizaje de lo que era el mundo americano en aquellos tiempos. Buscaba contar la Conquista desde una perspectiva distinta a como aparece en los textos escolares: aquella que se presenta desde las carabelas de Cristóbal Colón, desde la perspectiva de los conquistadores.


»Me preguntaba si era posible abordarla desde otro ángulo, y aunque sé que ya desafortunadamente es casi imposible hacerlo verosímilmente desde la sensibilidad de los pueblos americanos —la historia no permitió que quedaran testimonios suficientemente ricos, complejos y vastos de cómo se recibió la Conquista—, pensé que era posible intentar ese relato desde el mestizaje, desde esa suerte de conciencia de que somos mestizos americanos; mestizos de sangre y de sensibilidad, al estilo moderno, lo cual se puede entender muy bien a partir de unos versos de Baudelaire: “Soy la herida y el cuchillo, soy el esclavo y el yugo, el penado y la prisión, la víctima y el verdugo”».

Y entonces, ¿cómo hizo?


—Estudié todos esos testimonios dispersos para armar un mosaico completo de esa historia que había sido contada de una manera fragmentada y en la que había, por supuesto, grandes silencios. De manera que con fragmentos de esa historia y parte de los testimonios, creo haber construido, quizá de la manera más indeseable, por lo atroz, pero tal vez de la manera más verosímil posible, esa historia.

De toda esa abundante historia, ¿qué es lo que cuenta específicamente El país de la canela?

—En un momento de su vida, Pedro Ursúa se encontró con alguien que le contó cómo había sido aquel primer viaje de Orellana. El país de la canela es ese relato que le hacen a Ursúa de cómo fue esa expedición veinte años atrás. Mientras lo escucha, este decide marchar también. No ya a descubrir, sino a conquistar la selva y el río.


»Por supuesto que para mí la diferencia entre estos dos viajes era muy significativa. Los primeros expedicionarios no sabían que existía el Amazonas, pero la segunda incursión era una idea descabellada, sobre todo porque ya conocían de la existencia de la selva y el río, de su desmesura, de su diversidad, de su complejidad. Es decir, que Ursúa concibió la idea más absurda y loca que se le pudo ocurrir a alguien en ese siglo de atrocidades y de locuras».


Pedro de Ursúa es, de hecho, el centro de la primera novela...

—Pedro de Ursúa, quien con diecisiete años ya era el gobernador de Bogotá, antes de irse a conquistar el Amazonas, pasó diez años de su vida en Colombia. Como yo había recorrido mi país en todas las direcciones, quise aprovechar la vida de un aventurero del siglo XVI que también lo había hecho, pero de una manera menos pacífica que la mía. Escribí la novela, Ursúa, imaginado cómo había sido Colombia cinco siglos atrás, cuando los bosques estaban llenos de monos que saltaban por los aires y las sabanas de Bogotá estaban repletas de venados..., describiendo ese costado paradisíaco del mundo americano, con su abundancia exuberante de vegetación y fauna, con aquella pululación de la vida. Quería que los lectores entendieran cómo habían sido saqueadas tantas riquezas, cómo tantos tesoros sagrados habían sido profanados, diezmados, exterminados.
»Cinco siglos es una distancia suficiente para creer que son válidas aquellas palabras de Homero en La Odisea: “Los dioses labran desdichas para que a las generaciones humanas no les falte qué cantar. De manera que este es mi canto”».

¿Siempre supo que escribiría una trilogía?

—Confieso que no lo supe hasta después. Tampoco pensé que serían novelas, porque ese era un género que yo veía demasiado inaccesible, lleno de deberes, de dudas, de exigencias formales. Después, claro, cuando un toma un poco de confianza y de irresponsabilidad, comprende que si se llama novela por igual a Pedro Páramo, de Juan Rulfo, y a Ulises, de Joyce, entonces no es que la novela tenga unas pautas demasiado fijas, y que uno puede abandonarse con más libertad al juego no solo de la imaginación, sino de hilvanar una historia tratando de hacerla con la mayor honestidad posible. Esta vez no quería reflexionar sobre ese tema, sino vivir esas historias, poner a los personajes a vivir en esa atmósfera, en ese río, en esa selva.


»Fueron muchas cosas las que me llevaron a la trilogía, pero tal vez la principal de todas fue tratar de contarme a mí mismo cómo era la América de hace cinco siglos, cómo fue ese choque, e intentar corregir algunos de esos silencios para poderme explicar quién soy. Esta trilogía es una necesidad de encontrar respuestas a nuestros orígenes».


¿Cuánto hay de cierto en que La serpiente sin ojos, última parte de la trilogía, será una historia de amor?


—¿Quién lo esperaría? Pero así es. En La serpiente sin ojos narraré cómo, veinte años después del viaje de Orellana, Pedro de Ursúa parte a conquistar el Amazonas; los obstáculos que se atravesaron en su camino y los monstruos que se opusieron a su paso.

»Pedro de Ursúa, ya obsesionado por conquistar al Amazonas, llegó al Perú en busca de recursos para armar su expedición. Allí se encontró con una mujer bellísima: Inés de Atienza, hija de Blas de Atienza (compañero de Núñez de Balboa en el descubrimiento del Mar del Sur) y de una indígena —posiblemente la hermana de Atahualpa. Inés de Atienza se había convertido en una mestiza muy rica con la muerte de su padre primero, y de su esposo después, el encomendero Pedro de Arcos. Ursúa se llegó a enamorar tanto de ella, que olvidó la expedición hasta que los acreedores se encargaron de recordárselo.


»Luego Inés le exigió que se la llevara con él y, aunque se negó, ella halló la manera de convencerlo: sabía que Pedro necesitaba recursos, así que le propuso venderlo todo y ponerlo al servicio de aquella expedición. Y a Ursúa “no le quedó más remedio” que aceptar la oferta. Pero no te contaré el desenlace. Tendrás que esperar por el libro».


¿Se considera Ospina un historiador?

—Para nada. Los historiadores son muy respetuosos de los acontecimientos, de las cronologías y sienten un pudor extremo al hecho de imaginar. Un novelista, por su parte, puede recurrir a la imaginación cada vez que los datos que le ofrece la historia no les son suficientes. Él no se limita, ni se avergüenza demasiado de recurrir a la ficción para reconstruir la Historia.

»El caso más visible es Shakespeare, quien al narrar la muerte del rey Duncan de manos de Macbeth, conocía que este no lo había matado en su palacio, porque había leído las crónicas de Holinshed. Shakespeare sabía perfectamente que Macbeth lo mató en una batalla, pero a él no le convenía que fuese así, quería pintar el retrato de un traidor y para ello la muerte debía de ocurrir en su palacio y a medianoche, violando la regla sagrada de la hospitalidad. Shakespeare se permitió transgredir la historia para que un rasgo de un personaje recobrara una vividez que la mera historia no le daba. Tal vez en ese sentido fue que Napoleón le dijo a Goethe que para él la tragedia estaba por encima de la historia».


Es evidente que si con esta trilogía cuenta parte de la historia de la Conquista, entonces estas novelas están pobladas de seres muy violentos...

—Bueno, la literatura desde hace mucho tiempo gira alrededor de muchísimos seres violentos. Algunos piensan que la literatura se regodea en la violencia y la guerra, pero yo creo que ella lo que hace es interrogar la violencia y la guerra; las considera parte de la memoria humana y trata de encontrar razones para entenderlas.

»Quizá también sea verdad lo que decía el poeta Milton: que la tragedia obra en los hombres como la vacuna, es decir, nos inocula contra la desdicha y nos fortalece contra la fatalidad. Si la violencia de los humanos abunda en la literatura es porque la literatura necesita fortalecernos frente a las crueldades y los horrores que abundan en la historia de la humanidad».

¿Por qué en su obra hay una tendencia a narrar en tercera persona?


—Las cosas que alguien como yo escribe no son del todo confesiones o hechos personales; nacen de muchas preguntas, de muchos diálogos, de situaciones compartidas, y, en esa medida, solo soy autor, en cierto modo, de lo que escribo. Siento que una parte de lo que escribo tiene que ver con la dinámica misma de la lengua, con las preguntas de la sociedad, con la sensibilidad del grupo de personas al que pertenezco. Es bueno quitarse de la cabeza que lo que uno hace es su propiedad. La obra se escribe a través de uno, pero pertenece a muchos. Solo en esa medida vale y es importante.

Usted se encuentra en el grupo de escritores que no gusta de los personajes funcionales...

—En una buena literatura no debería haber personajes de ese tipo. Hasta el personaje más casual que aparezca en una historia debe tener alguna singularidad, un papel que jugar y no estar allí como decorado, como cartón piedra. Uno de los personajes más famosos concebido por Shakespeare ni siquiera aparece en el escenario. Es el bufón de Hamlet. Solo vemos que Hamlet toma la calavera del bufón que en su infancia le había hecho reír y mirándola dice: “Esa calavera tenía lengua y podía en otro tiempo cantar... Aquí, donde están estos huesos, puse yo tantas veces mis besos...”. Es de ese modo que Shakespeare logra hacer visible un personaje que nunca estuvo. Sin embargo, todo el mundo recuerda la calavera del bufón que siempre reía.

Una y otra vez la crítica alaba la poesía que engrandece su narrativa.


—Existe una dicotomía un poco falsa sobre la cual se suele hablar mucho: la distinción entre prosa y poesía. Sin embargo, no existe una oposición. Sé que hay diferencias entre verso y prosa, pero ambas requieren de la poesía. Así como existen poemas en prosa —como los que hacían Charles Baudelaire y otros tantos—, también están las prosas poéticas. De igual manera, hay versos que tienen poesía y otros que no. Novalis llevaba la argumentación más al extremo. Él decía: una novela debe estar hecha exclusivamente de poesía. Eso no suena muy bien hoy, pero, para mí, sin la poesía es imposible escribir novelas. Es más: pienso que es deseable que haya poesía en todo. Por supuesto, también en la ingeniería y en la política.

¿A qué aspira William Ospina en la poesía?

—A que haya no solo pensamiento, sino pensamiento, memoria, emoción, sensibilidad, imaginación... todas esas facultades combinándose, jugando, construyendo un equilibrio. Claro, eso se consigue a medida que se hace. Uno no puede tener de antemano el poema pensado, construido, y después tratar de volverlo palabras.

¿Cómo se podría definir su poética?


—Es muy difícil para un escritor postular una poética. Mi experiencia personal me hace sentir que uno nunca sabe cómo se escribe un poema ni cuáles son las claves de una poesía. Mal me vería si dijera: mi poética es tal o cual. Eso significaría que ya aprendí el oficio, cuando con cada poema uno vuelve a aprender. Cada vez que escribo un poema sé que no sé cómo se hace; sé que tengo que lanzarme al vacío e intentar unir las palabras que le den forma a una emoción, a un sentimiento, a una imagen, a un recuerdo.

¿Qué pudiese acabar con una buena prosa?


—La monotonía. Para que la prosa sea válida es suficiente con que no se sienta en ella esa frecuencia que conduce a que todo se vuelva un poco inercial, repetitivo, cacofónico, encasillado en un ritmo. Basta que se sucedan medidas distintas, candencias distintas, para que la prosa exista. Lo que acabaría con una prosa sería la reiteración de los ciclos, porque una prosa es todo lo contrario: muchas medidas de frases distintas alternándose y respirando libertad.


¿Cuánto contribuyó el periodismo a desarrollarse luego dentro de la literatura?

—En verdad nunca me he sentido estrictamente periodista. Me hubiera gustado, lo intenté, pero mi relación con la realidad no era suficientemente satisfactoria como para ser transmisor de la realidad de los demás. Gradualmente me he ido convirtiendo en una especie de periodista de opinión: alguien que primero tuvo, durante muchos años, una columna en una revista, y que ahora la mantiene en un diario. Por fortuna puse como condición que mis opiniones no estuviesen vinculadas a la actualidad, sino que pudiera discurrir sobre cualquier tema: un libro, una película, un viaje, una persona, un afecto... y eso me da un poco más de libertad, porque los temas se agotan.


»A no ser que uno se transforme en un experto en política que está opinando día a día sobre los tejemanejes nacionales o internacionales de esta, los temas se pueden volver muy tediosos para los lectores. Yo trato de hablar de cosas distintas al ritmo del antojo, del capricho o de la necesidad. Y eso es importante para mí en términos literarios, porque a veces uno como escritor, o digamos que como poeta (si me atreviera a usurpar esa condición); como narrador o ensayista, tiende a las ideas fijas, a las obsesiones fijas; a encerrarse en sí mismo y en sus opiniones. Entonces, conviene que algo lo obligue a asomarse al mundo. Para mí, el periodismo es como una fuente de oxígeno para la labor literaria».


¿Le preocupa como ensayista que ese género, a diferencia de la narrativa o la poesía, no tenga tantos seguidores?


—Sería muy deseable que hubiera muchos lectores; no tanto para cada escritor, sino para la cultura en su conjunto. Como hay tantos libros, basta con que unas cuantas personas lean, cada una, esos libros y ya tendremos mucha gente leyendo. No creo que cada novela deba tener millones de lectores. ¡Ojalá!, pero no es lo indispensable. Yo estaría contento si mucha gente estuviera leyendo a Dickens, a Tolstoi, a Thomas Mann, a Dante, y no sé si sería justo que yo le quite tiempo a Dante y a Tolstoi, poniendo a la gente a leerme a mí, pues tengo muchas menos cosas que decir y que enseñar que ellos. Agradezco que algunos me lean, pero si alguien me dice: “me voy a leer a Shakespeare”, aplaudiré esa decisión, pues me parece la más sabia. Se trata de que los libros tengan los lectores que están verdaderamente dispuestos a dejarse llevar por esa aventura. Mientras haya alguien leyendo La divina comedia, a Ray Bradbury, Kafka, bueno, el mundo se estará salvando.


Sin embargo, usted fue elegido por los lectores de su país el escritor más leído entre 2005 y 2006...


—Bueno, en Colombia se hace un concurso donde los lectores votan. No son muchos, pero, claro, son muy valiosos porque no solo están atentos a esas convocatorias, sino porque son voceros de una comunidad. Y para mí ese es un reconocimiento muy honroso. Es casi más honroso que lectores anónimos voten por un libro a que unos cuantos grandes conocedores de la literatura lo hagan. Por lo menos son dos honores distintos.

De cualquier manera, ese premio indica que ha logrado conseguir una manera de atrapar a los lectores. ¿Cómo debe narrarse una historia para que suceda el “milagro”?


—Como se han contado siempre: con pasión, con sinceridad, tratando de hacerlo con belleza, con fuerza, con vividez; creyendo en lo que se cuenta y en los personajes; dejándose sorprender por ellos y buscando conservar la salud del lenguaje.


»El mundo ha contado con excelentes narradores a lo largo del tiempo. Los primeros eran anónimos, es decir, los autores de la Chanson de Roland, de la Biblia, sabían contar muy bien e inventaban recursos para hacerlo. Hay un extraordinario libro de un autor alemán: Erich Auerbach, titulado Mímesis, que es un interesante rastreo de cómo se ha contado la realidad en la literatura, desde Homero, Petronio, Dante, Cervantes..., y qué ha aportado cada una de esas grandes voces en la técnica de atrapar la realidad y convertirla en relato.


»Es un libro fabuloso, donde comprobamos que hemos ido acumulando una serie de destrezas, de recursos a los que no debemos renunciar, sino, por el contrario, insistir en su aprovechamiento y refinarlos cada vez más.


»El arte de hacer reminiscencias es aquí ejemplificada por Auerbach a través de Homero. Explica que este narra que Ulises regresa a Ítaca disfrazado de mendigo, donde nadie lo identifica, y lo llevan a la cocina de su palacio, en la cual su vieja esclava le lava los pies. Cuando ella nota la cicatriz de la pierna y lo reconoce, entonces Homero detiene el relato y se dedica a describir cómo Ulises se hizo la herida. Auerbach dice: en ese momento la literatura descubrió la posibilidad de hacer un paréntesis y volver al pasado a reconstruir un hecho antes de seguir con la narración. Eso que en el cine se llama flashback, fue inventado por Homero. Desde entonces nadie ha renunciado a ese ni a otros recursos que están ahí esperando porque los utilicemos».

Vivió en Europa durante tres años, como intentando descubrir al viejo mundo. ¿Qué le aportó esa experiencia?


—Me ayudó a ver a América Latina. Por primera vez tuve una sensación de América Latina viviendo en Francia, porque por primera vez tuve contacto con mexicanos, argentinos, chilenos, venezolanos...., lo que antes no había sido posible en Colombia. Nuestros países permanecían como compartimentados y muy encerrados en sí mismos, treinta años atrás. Ahora nos hemos abierto un poco más, pero entonces el contacto era ínfimo. De ahí que París cumplía con esa labor de condensar, de unir, de convocar.

»Eso despertó en mí un interés nuevo en relación con nuestro continente y cuando volví a Colombia viví mi descubrimiento de América, lo que no había sucedido durante mi adolescencia, cuando soñaba con esas tierras lejanas y exóticas, con esas fuentes remotas de nuestra cultura. Ir a encontrarme con Europa me ayudó a sentir más curiosidad por América, por mis orígenes. Desde entonces no he dejado de vivir cada día mi asombro americano; mi descubrimiento de América».


¿Cómo recibió la noticia de que, en el aniversario cincuenta de Casa de las Américas, le dedicarían la Semana de Autor?

—Muy agradecido y feliz. La Semana de Autor fue una ocasión estupenda para reencontrarme con Cuba y los lectores cubanos. Solo cuando ocurre este tipo de eventos uno como autor logra arrojar una mirada de conjunto a su obra. Al menos yo casi nunca lo hago sobre las cosas que he escrito. Sé que escribo poemas y que he publicado libros de poesía; sé que escribo ensayos y que he publicado varios libros de compilaciones de ensayos; y que ahora escribo novelas. Pero no suelo ponerme a pensar sobre las relaciones que existen entre unos y otros, de qué manera hay una continuidad o si todos esos libros forman un mosaico de determinado tipo. De modo que para mí han sido muy interesantes esas reflexiones, así como tener la posibilidad de alimentar de ellas el trabajo literario que aún estoy por hacer.


»Mi vínculo con Casa de las Américas comenzó hace nueve años cuando se publicó aquí El país del viento. Después recibí el premio Ezequiel Martínez por Los nuevos centros de la esfera. Por ello he estado muy complacido de haber podido presentar El país de la canela y mantener este diálogo, que espero no se detenga, lo cual me permitirá regresar muchas otras veces a esta Isla que quiero tanto».
Tomado de Cubasí
Tomado de La Ventana
CONVOCATORIA


Memoria e identidad colectiva en la literatura comparada

En los últimos años la memoria se ha convertido en una preocupación central de la cultura y la política de las sociedades contemporáneas a nivel global. Este "boom de la memoria", originado por motivos socio-históricos, políticos, culturales, tecnológicos y de mercado, se articula en torno a una "industria de la memoria" generadora de discursos identitarios en cuya génesis y consolidación los productos culturales juegan un papel fundamental. [+]

A día 31 de julio de 2010, se abre la convocatoria para la recepción de los artículos del cuarto número de la Revista de Literatura Comparada 452ºF. Esta convocatoria está abierta y dirigida a todos aquellos que lo deseen y tengan los estudios mínimos de licenciatura.

Las bases que a continuación se exponen y que regulan la recepción y publicación de los distintos trabajos quedan sujetas a lo expuesto en el Sistema de arbitraje, el Manual de estilo y el Aviso legal. Todos ellos pueden consultarse en el área de Procedimientos de la página web.

- El plazo de entrega de los artículos termina el 30 de septiembre de 2010, siendo descartados los que sean recibidos con posterioridad a esta fecha. - El número de artículos previstos para esta segunda publicación es de 12-16. El 40% de los mismos provendrá de investigadores no doctorados y el Consejo de redacción sólo podrá ocupar un 20% del total.- Los artículos se inscribirán, según su temática, en la parte de la revista que le corresponda (monográfico o miscelánea).

- La parte monográfica queda limitada a la publicación de 6-8 artículos y, en este cuarto número, abordará la relación entre la memoria y la identidad colectiva en la literatura comparada, siendo posibles líneas de investigación las siguientes:

a. -Relación entre la producción cultural, los discursos de la memoria y la construcción de identidades colectivas.b. -Estudios sobre literatura testimonial: Relación entre la memoria individual y colectiva. c. -El carácter fluctuante de la identidad: Transformación de la perspectiva del recuerdo según el contexto histórico-social.d. -Relación entre las estrategias narrativas y la carga ideológica del recuerdo.
e. -Análisis de la instrumentalización política de la producción cultural en torno a la memoria.f. -Estrategias de superación de los discursos de la memoria.g.-Los discursos de la memoria como discursos políticos transfronterizos. Análisis, a través de los productos culturales, de la influencia de los diferentes discursos en diferentes ámbitos geográficos.

La revista se compromete a la elaboración de una bibliografía temática de los estudios realizados sobre la cuestión desde la perspectiva planteada en el apartado Monográfico de la página web.

- El resto de los textos constituirán la miscelánea y, rigiéndose por los límites de la teoría de la literatura y la literatura comparada, la elección del tema y el planteamiento es libre.

- Los artículos susceptibles de publicación se enviarán a la dirección redaccion@452f.com Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla En el “asunto” del correo electrónico enviado se tendrá que dejar claro el apartado al que se dirige el texto (“monográfico” o “miscelánea”), el nombre del autor y el título breve del artículo.

En Barcelona, a 31 de julio de 2010
Equipo de la revista 452ºF

PUBLICADO ORIGINALMENTE EN:http://www.letralia.com

Friday, August 20, 2010




“Es infinita esta riqueza abandonada”



LAS 200 OMISIONES
de la antología “200 años de poesía argentina”


Por cierto, las antologías poéticas del país dejaron de ser motivo de interés en los circuitos literarios y culturales por razones más que obvias. Una serie de objetos voladores no identificados, para ser ilustrativos, arreció estos años sin piedad sobre la credibilidad y el sentido. Y entre esos objetos hubo ejemplos, valga la redundancia, de verdad antológicos: una muestra de poesía argentina de finales de siglo, editada en la ciudad en 1995, y presentada con discursos y platillos, que incluyó a 23 autores nacionales, 21 de ellos de Buenos Aires. Y otra, para decir sólo de dos ejemplos, más cercana, también preparada en la ciudad, y editada en Santiago de Chile, que terminó siendo más conocida, y comentada, por los piedrazos y palos chilenos que recibió.

Pero por estos días el interés parece haber regresado, por un nuevo ejemplo, sobre el tema antología (que es todo un tema). Más bien se fue gestando una corriente de monólogos, por decirlo de alguna forma, donde intervienen, observo, tanto escritores como docentes, y que se incluye ya en algunas “cartas de lectores”. La aparición de la antología “200 años de poesía argentina”, en el año del bicentenario, tiene ese mérito. Un tomo editado por la editorial Alfaguara, de un millar de páginas, que se presenta como un verdadero documento histórico (que incluye la letra del Himno Nacional), y que fue precedido de una avanzada publicitaria y de un abanico de auspicios varios, comprendió a unos y a otros, y no podía ser para menos.

Porque la falta de interés en la edición de libros de poesía por la industria editorial; la apatía o el descuido, para lo mismo, por las instituciones oficiales, ya nacionales o provinciales; la carencia de obras ensayísticas que aborden la cosa poética nacional y la poesía en su historicidad, ya como letra y voz de nuestros creadores; y, en definitiva, la necesidad cultural de un compendio del horizonte de voces, también para su incidencia en el quehacer docente, creaban un deseo, una expectativa, en torno de esta muestra que se anunciaba bajo el nombre ostentoso de “200 años de poesía argentina”.

Pero será el propio Licenciado Monteleone, firmante de la antología citada y crítico del matutino La Nación, quien en los comienzos mismos del prólogo nos va a advertir, contraviniendo en rigor al propio título, y abriendo el paraguas, para que no queden dudas, lo que sigue acerca de la obra: “Tal vez no sea un conjunto más o menos razonado o azaroso de inclusiones, sino un sistema de ausencias, porque la acosa el fantasma de la totalidad. No sólo porque hay poetas que no están, que deberían haberse incluido y que, aun por motivos extraliterarios, cuya peripecia es irrelevante, no figuran en esta selección”.

Entonces uno no puede sino preguntarse ante tan voluminoso y pesado tomo, ¿en qué quedamos? ¿”200 años de poesía argentina”?, ¿o el acoso del fantasma de la totalidad?; ¿”200 años de poesía argentina”?, ¿o los poetas no incluidos por motivos extraliterarios? Y ¿cuáles son esos motivos? Porque aquí quedaron desdeñadas, o en olvido, las producciones poéticas de provincias enteras, en no pocos casos en las voces de poetas referenciales, o de verdaderos hitos (¿acaso Carlos Alberto Álvarez, Bernardo Canal Feijóo y Roberto Themis Speroni no lo son?, ¿y Felipe Aldana?, ¿y la santiagueña María Adela Agudo?), que desvanecen o tiran por tierra el publicitado sentido documental de la obra. Ciertamente, hay toda una provincia copiosa de omisiones, de identidades y obras soslayadas –recordamos a propósito algunos poemas de Felipe Rojas, de Lucía Carmona, entre otros–, que dan a esos aires latido y carnadura. Porque podrá afirmarse que están presentes tales voces y tales otras, amadas siempre y leídas (bueno sería que tampoco lo estuvieran), pero faltan esas geografías, esos poetas, de los que por ejemplo habla esa docente en las “cartas de lectores” del diario El Día, de La Plata, con tanta razón y elocuencia.

No están excluidos dos, tres o diez poetas, cuyas ausencias podrían tratarse de un juicio o de un olvido del antólogo; aquí queda en entredicho el título mismo de la obra, ya que los 200 años de la poesía argentina fueron y siguen siendo otra cosa, con una diversidad honda y una vitalidad que el Licenciado Monteleone, parece, no ha comprendido, y una apertura y una promesa que los tornan ejemplares. Caben numerosas preguntas, entre tantas sorpresas que tejen las ausencias, en un tema inclusive que a nivel ensayístico, a nivel de la fecundidad e incidencia de la propia historia en sus dos siglos, esta obra no alcanza siquiera a rozar con sus escasas y ligeras veinticuatro páginas de prólogo.

Las ausencias son más que significativas, y van, por acercar sólo algunos ejemplos, desde Álvaro Yunque a Julio Huasi, o desde Armando Tejada Gómez a Alberto Vanasco, nombres a los que se suman el cordobés Osvaldo Guevara, autor de ese legendario canto al sapo, que es probable que el Licenciado Monteleone aún no haya leído, y el platense Horacio Preler, con sus estremecedores poemas de Oscura memoria (1992). Pero lo que también sorprende, y deja pensando, en estos ríos de exclusiones, es que esas aguas también atañen a numerosas voces de referencia actual en sus provincias, que han contribuido con sus obras, escritas en el lapso de estas tres décadas, para la extensión de un mapa lo suficientemente cierto e identificable. La lista es importante; pero baste citar a cuatro muy apreciados poetas: Jorge Isaías (Los Quirquinchos, 1946), autor de una singular Crónica gringa, con numerosas ediciones; César Cantoni (La Plata, 1951); Alejandro Schmidt (Villa María, 1955) y Roberto Malatesta (Santa Fe, 1961), creador del recordado poemario Por encima de los techos (2003), entre otras obras. Y además de ello los duros poemas de Soldados, de Gustavo Caso Rosendi (Esquel, 1962), vivenciados en el campo de batalla, en Malvinas.

Pero avanzando y volviendo sobre esas mil páginas son más y más los pozos de olvido, los huecos, de modo increíble, desde el entrañable Marasso (de “Dichoso aquel que vive en mansión heredada…”) hasta el inspirado Romilio Ribero, creador de un Libro de bodas… (1963), que aún canta y maravilla. Y más, mucho más, porque los viejos maestros modernistas tampoco la sacaron barata: desde Leopoldo Díaz al polémico Manuel Ugarte; como si una podadora automática hubiera pasado zumbando con todo su filo. De modo parecido se obró, entendemos, en relación a la poesía de Buenos Aires de estos años, con intensos poemas de referencia, en su mayoría ignorados o desechados.

Preguntamos: ¿estaba el Licenciado Monteleone, aun con el aporte de su ayudante Saavedra, en condiciones intelectuales para intentar abordar una obra de tal magnitud? ¿O se trató, en verdad, que la editorial Alfaguara entrevió un mercado propicio con la poesía, a propósito del bicentenario, y tuvo en cercanía o a mano al Licenciado Monteleone para redondear un libro, aunque fuera sin mucha investigación, que llegara a las librerías alrededor de mediados de año? Porque, además de cualquier presunción o crítica, fue el propio Licenciado que en reportaje escrito declaró que le llevó un año, un solo año, terminar un libro que trata de una historia de dos siglos. Todo un verdadero record Guinness, para figurar en los anuarios, pero no en las páginas que entiendan del territorio vasto y profundo de la Poesía Argentina, que sigue siendo posible.

Por momentos siento que ésta es una antología, básicamente, para circular y afirmarse en los cenáculos de los selectos grupos del denominado “canon porteño”, y para su difusión y confirmación más allá de sus fronteras, y decididamente para la facturación y caja de la empresa editorial. A propósito, una vez me tocó escuchar en una reunión informal de poetas, en cercanía del Centro Cultural Rivadavia, de Rosario, unas palabras que a nadie sorprendieron, y que decían, si recuerdo bien: “En Buenos Aires cualquiera hace una antología de poesía argentina, que después aparece comentada en los diarios…” Otras veces, en otros encuentros, me tocó escuchar cosas por el estilo, que ahora no puedo sino recordar.

Hay un mapa concreto y amplio de la poesía argentina –y no una pirámide, como afirma extrañamente el Licenciado firmante–, en nombres y en títulos, que en esta obra aparece lastimado, entre nieblas y agujeros negros; en mucho, también, por los numerosos poemas referenciales, inclusive de los poetas seleccionados, en que esta antología no reparó. “Esto sucede –escuché exponer a una profesora de letras– por la falta de un equipo de investigación, con tiempo y espacio, y porque todo recayó en una sola persona y en una empresa editorial comercial, aun tratándose de un segmento sensible de la producción cultural del país.”
Copio a continuación algunas palabras de otra docente, en este caso del diario El Día, también críticas a partir de la no inclusión de Roberto Themis Speroni y de otros poetas platenses, que firma Laura Santoro y que asevera, entre otras cosas: “Hay omisiones que son inexplicables en la antología de Monteleone (...). Habrá que explicar a los alumnos de las muchas escuelas y universidades argentinas”. Para concluir: “es imperdonable para la memoria de la literatura argentina”. Y a tal punto, creo, que el Licenciado Monteleone les debe una disculpa a los poetas del país, inclusive, y mucho más, a los seleccionados, por haberlos enrumbado en una aventura precaria y sin destino. Y a la editorial Alfaguara, que entrevió en la poesía la posibilidad de una concreción rápida y jugosa, no creo que le quede más que reparar lo hecho, y, mientras, reintegrar a los lectores los importes embolsados.

Una antología, siento, muy propia de este tiempo que corre, y muy representativa de él, con toda su arrogancia, sin dudas, su olvido, su desdén y sus vacíos.

EDUARDO DALTER

Buenos Aires, agosto de 2010


Eduardo Dalter nació en Buenos Aires en 1947. Poeta e investigador cultural. Parte de su obra está reunida en la antología Hojas de ruta, 1984-2004, que tuvo edición en 2005. En el bienio 2004/2005 diseñó y dictó los seminarios de poesía latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

Thursday, August 19, 2010

RECORDANDO A LORCA




Detrás del brutal silencio.

A Lorca.

La noche estaba turbia y sola,
acallando tres disparos
en su vientre negro.

Cayó un cuerpo a oscuras,
amortajado por lágrimas tristes:
rodó por las hierbas,
y los despeñaderos.

La luna siguió callada
en su blanca aurora,
que no así era indiferente.

Así fue como cortaron
al zorzal sus alas,
su magia de duende,
su verbo.

No se esfumó con su vida:
emergió del cadáver,
como humo esbelto,
a eternizarse
sobre los deseos
de turbas,
de furibundas hienas,
que amputaron su vuelo
con intención de matarle.

Olvidaron que no hay silencio
para el verso:
una vez que cae
del labio del bardo,
abre heridas y cura tierra
pero nunca muere.

¡Hundieron Granada!,
¡la hundieron!

Fue el grito...

El pesar se adueñó de todo
sin espacio ni tiempo
para devolvernos aquel ángel,
coqueto y travieso,
que escondió su inocencia,
en hombros enemigos,
pensando que la muerte
respetaría su niñez,
su brillo de canario dócil...

Olvidó que las bestias
son bestias
y cuando las azuzan matan:
esa es su naturaleza maldita.

Daniel Montoly
© 2001

Monday, August 16, 2010

VOCES DEL SIGLO XXI

Martín Prieto
(Rosario, Argentina, 1961)





EL MAR

Estoy parado frente a un caballete en blanco frente al mar,
en cualquier país de Suramérica.
Entonces pienso:

estoy envejeciendo;
nada me atrae ya con nitidez.

Un barco naranja crúzalo al mar
al bies
y se pierde.
No seré yo quien lo pinte.



UNA MAÑANA MOTEVIDEANA

Amanece en el puerto de Montevideo.
El Río de la Plata,
que en su ancho parece mar
oxida las rocas del muelle.
Las luces de los barcos
anclados allá se reflejan sobre el agua tersa
y se hacen, cada una, dos.
Fascinado como el joven Burroughs
ante un espectáculo semejante,
empecé a temer, como él,
que sí no me iba de inmediato
tendría que quedarme allí para siempre.




DESDE LA VENTANA

El mundo es esta estación de trenes, casi invisible por la lluvia.
Hay, entre las vías, un resto:
una naranja brillante apoyada contra el riel.
El hombre tiende la mesa
y cree cambiar en algo las cosas


UNA CANCIÓN


Las plantas de lechuga,
húmedas por la lluvia de la noche anterior, verdes
contrastan en un paisaje acostumbrado
al maíz, al trigo y a la pastura.
Las mujeres no hornean, como antes el pan:
duermen a esta hora y sueñan con hombres elegantes
que las pasean en auto descapotados,
que les señalan, al cruzar el puente,
esos cuerpos encorvados y rústicos,
casi imperceptibles por la niebla,
que recogen y encajonan plantas de lechuga,
al amanecer.



LA DESPEDIDA

Vivimos veinticinco años juntos
y en la misma ciudad
para terminar en este país de extranjeros
casi como dos turistas aburridos
que toman una copa helada
después de haber intercambiado
algunas palabras gentiles.
Las calles de Roma están bordeadas de basura,
por la huelga,
y hay ese olor nauseabundo
que provoca en los residuos
el calor del mes de agosto.


ACERCA DEL ALMA

Nada más quisiera el alma:
una percepción emocionante,
materiales levemente corruptos
de eso que llamamos “lo real”,
y no estás construcciones de fin de siglo
en el bajo, galerías desde las que miro
los mástiles enjutos de un barco griego.
Tampoco el agua ni, más allá,
eso que dicen es la provincia de Entre Ríos.

VERDE Y BLANCO

Para Renzi

De las verdes brevas la mujer, entre sus manos, toma una.
alguien las cortó esta mañana
eligiendo las más grandes y rugosas,
dejando que las tersas maduren como higos,
dentro de un mes.
De las verdes brevas que adornan el centro de la mesa
dentro de un plato de loza blanco
la mujer, entre sus manos, toma una.
El contacto de esa carne desarmada y fresca
contra sus labios le recuerda un viaje.
Una terraza.
Velas blancas sobre el agua del Mar Argentino.

Martín Prieto (Rosario, Argentina, 1961). Sus poemas han aparecidos en los volúmenes colectivos Poesía de cuarta (1980) y Con uno basta (1982). Forma parte del consejo de redacción del Diario de Poesía. Su libro Verde y blanco(Buenos Aires, Tierra Firme, 1988).
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