Sunday, August 24, 2014


Sobre Madera y Polvo, 

de Daniel Montoly

 Por María Eugenia Caseiro

A pesar de conocer casi toda la obra poética de Daniel Montoly, de su avidez de nuevos cauces y la necesidad de surcar espacios, no puedo evitar que aún me sorprendan los quilates de sus imágenes y, aunque lograse desentrañar la magia detrás de ese poder decir cuanto dice sin agotarlo para llenar de fuerza la brevedad (tan suyos), no puedo más que permitir hablar a uno de sus poemas, Madera y Polvo, que aparece completo al final del presente trabajo, mientras desgrano algunas consideraciones, pocas si se tienen en cuenta los méritos de este poeta dominicano.

Enciendo la radio
y en una vieja canción de adolescencia
escucho mi voz
y no puedo desatarme
el melancólico nudo
formado en la garganta.

Montoly revela en este texto limpio, redondo, lleno de aciertos, con carácter de universalidad, el anhelo que todo poeta tiene para su poesía, el rapto del lector. Desde la cita de Arribas, hasta el verso final, el poema se sostiene de sus propio eje vivencial como columna vertebral, sin adornos, con imágenes clarísimas que de sencillas a bien construidas, anonadan como sólo puede hacerlo aquello que a pesar de sernos familiar, nos parece distinto porque ha sido escrito no sólo impecablemente, con elementos poéticos irrefutables, sino con el tremendo logro de transmitir el sentimiento. El poema puede verse y sentirse como si estuviéramos en el teatro o cine y nos robaran de la butaca para ser parte de la escena.

El tiempo ha hecho de mí un ermitaño
   oculto tras el áspero olor
   de la madera y el polvo.

Ya el inicio contiene el gusto exquisito del poeta y lo vincula al tiempo en una mezcla de olor y textura en que convergen la madera y el polvo y que conducen a la idea de la muerte, cada vez más cercana. Tal vez una alusión directa a ella; el polvo, ese polvo en que nos vamos convirtiendo de antemano ante la factura que nos pasa la vida y puede percibirse en el poema de Daniel; y al ataúd, la madera, esa con que fabrican nuestro primer mueble, la cuna, y cuyo olor está siempre presente, especialmente entre aquellos muebles viejos a los que tal vez ha hecho referencia el estado ermitaño del sujeto lírico: “detrás de…”, o sea, tapado por, lejos de, fuera de…

Vivo rodeado de mí
   por todas partes

Dos versos de simbología y contundencia intra-textual axiomáticas, pletóricos de una condición de irreversibilidad, de irrevocabilidad, que puede tener la vejez en su apariencia estético-vivencial-sentimental y en que se muestra la carencia, el fatalismo cuasi-natural de la existencia.
El poeta deja que hable el hombre vestido de sí mismo y, ante este hecho, la nitidez de la imagen es cada vez más palpable:

Si me paro frente a la ventana
   observo el blanco
   refulgente de mis ojos
   reflejarse
   en los cristales del vecino.

La llaneza de las palabras conforma de solidez la idea, un retrato tan nítido que traspasa la escritura y se hace tangible, como si la escena nos perteneciera completamente. Pienso entonces en la frase que en apariencia nada tiene que ver con la imagen: “ojo por ojo…”, pero, ¿acaso la vida no tiende a ser eso que muestra este hombre al cual el poeta ha dado potestad para descascararse ante nosotros?, ¿acaso no es para este hombre la vida un ente que cobra con su energía la permanencia de la suya y le deja mirándose frente a frente en una especie de espejo de desolación que ya no se atreve a caer en el precipicio de los detalles y sólo los ojos, los suyos que refulgen, son capaces de aceptar el reto de la luz?

El poema es una especie de parada en la zona “terrible” de un tiempo en que se sabe se ha vivido más de lo que resta por vivir: “y no puedo desatarme / el melancólico nudo / formado en la garganta”; acertadísima tríada que encierra una verdad enorme con sencillez aún mayor, pero con el tremendo valor del golpe de luz sobre la sombra de lo infalible, de lo humano e inevitable, que es, ha sido y será, padecida por cada individuo alguna vez, por efímera o tangencial que acontezca en su recorrido, y deja una marca indeleble de la angustia que provoca esa cuenta regresiva en soledad.

Pego un grito, y en la alfombra cae
   fragmentada, por la depresión,
   la escena de ella y yo
   tomado de las manos.

Con qué perfección el sentimiento habla, digamos que dibuja, y es semejante a la representación de una escena que, aunque puede ser la más común de todas, se apodera del lector con acierto irrefutable. De esta manera el lector ya no es el lector y el poeta ya no es el poeta, ambos son parte de una amalgama con tal plasticidad, como se diría para la pintura, que los envuelve de intimidad ostensible y desecha todo lo dicho para instalarse en el sentido de lo universal.

El tiempo es el factor que afecta, con su indisoluble mecánica, la vida del ser humano, el único de todos los seres vivientes que tiene conocimiento de su vinculación a la existencia…

El tiempo, Torquemada de mi espíritu
   me ha quemado con huellas indisolubles,
   que en mi círculo vicioso
   arden a razón de olvido.

A pesar de la cercanía de términos fónicos como Torquemada y quemado, la estrofa final me parece contundente y tal vez esta asonancia no deje de ser un acierto.


MADERA Y POLVO

                                                                         Daniel Montoly

Ya no me aguanta este cuerpo,
viejo edificio roído.
             -Julian Arribas-

El tiempo ha hecho de mí un ermitaño
oculto tras el áspero olor
de la madera y el polvo.

Vivo rodeado de mí
por todas partes.
Si me paro frente a la ventana
observo el blanco
refulgente de mis ojos
reflejarse
en los cristales del vecino.

Enciendo la radio
y en una vieja canción de adolescencia
escucho mi voz
y no puedo desatarme
el melancólico nudo
formado en la garganta.

Pego un grito, y en la alfombra cae
fragmentada, por la depresión,
la escena de ella y yo
tomados de las manos.

El tiempo, Torquemada de mi espíritu
me ha quemado con huellas indisolubles,
que en mi círculo vicioso
arden a razón de olvido.


Daniel Montoly. Montecristi, República Dominicana, 1968. Estudiante de Derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Ganador del concurso de poesía de la revista Niedenrgasse y del “Editor’s Choice Award” de The Internacional Poets Society. Ha publicado La Ritualidad del Círculo y Papeles robados al más allá. Colabora con diversas publicaciones literarias y dirige El Wrong Side, blog dedicado a la difusión de la literatura. hispanoamericana.

Nota del autor del blog: Este trabajo fue publicado orignalmente en sitio web: http://neoclubpress.com/sobre-madera-y-polvo-de-daniel-montoly-082233331.html
 

Wednesday, August 13, 2014



 HOMENAJE DEL WRONG SIDE AL POETA DOMINICANO, 
MANUEL RUEDA.




                                    LA NOCHE ALZADA


Urdido soy de noche y de deseo.
¡Qué negro respolandor, qué sombra huraña
preludian mi nacer! En una entraña
de oscurecido asombro me paseo.

Buscador del contacto, lo que creo
vive en mis dedos como pura hazaña
de ciego amor y cuerpo que no daña,
adolescente siempre en su jadeo.

Con un rubor temido, con un miedo
de encontrarme la cara y la medida
del gnorado espacio en donde ruedo

justa en la luz y a su verdad ceñida,
alzo mi noche, -todo lo que puedo-,
ya sientiendo llorar mi amanecida.





                   FONÓGRAFO


Suena. Fulge el espacio y da notoria
vida a su oscuridad de objeto. Grises
rincones fluyen. Relieves. Matices
concretándose en duda y vanagloria.

Gira el disco. El es la única historia.
Patria audible, sus músicas felices
surgen de antaño a eternizar raíces
como árboles de pie por la memoria.

Pasados y futuros en ahora.
Siempre el mismo presente en esa aguja
llena de un tiempo que huye y enamora,

que circunda pensándose y me piensa.
¡Triunfo de lo sonoro! Se dibuja
la eternidad. Ya calla. Recomienza...





                        A LA POESIA


Voy hacia ti. Derribo los cerrojos
que guardan tu morada. Entreabro puertas
que dan a salas frías y desiertas
sólo encendidas por celajes rojos.

La memoria me guía, de tus ojos
la luz de tus verdades encubiertas,
y tiemblan celosías casi muertas
cuando voy tras tu soplo y tus sonrojos.

Dónde estás, dónde estás, tú, la que ansío,
forma de mi desvelo y mi vacío
susurrando en mis últimas estancias.

Dura carne de amor en el espejo
donde vives dormida entre distancias
entregándome sólo tu reflejo.




CONSEJA DE LA MUERTE HERMOSA

«Entonces la muerte le hizo una visita...»

Cuento folklórico


I


La muerte me visita cierto día.
Es hermosa la muerte: tiene senos
robustos, fino talle y ojos llenos
de un azul de cristal en lejanía.

En llegando ya sé que es muerte mía.
Con movimientos lánguidos y obscenos
me enloquece y sorbiendo sus venenos
siento, a ratos, que el alma se me enfría.

Lee mis libros, se adapta a mis costumbres,
repite mis ideas y sus gestos
ponen en mí gozosas pesadumbres.

Cuando se va, me deja bien escrita
su dirección y dice: «Un día de éstos
quiero que me devuelvas la visita».


II

Advierto, entonces, que ya no hay salida,
pues su mirada clara me importuna
y sé que cogeré, a sol o a luna,
el camino que lleva a su guarida.

Y aunque empiezo a engañarla con la vida,
a darme plazos, a pensar en una
tarde feliz de cara a la fortuna,
bien yo sé que la muerte no me olvida,

que tengo que tocar, al fin, su puerta
con la valija hecha y el sombrero
en la mano marchita y entreabierta.

Me despido de todos mis amigos
después de tanto ardid y a su agujero
húmedo me abalanzo, sin testigos.



Manuel Rueda

Manuel Rueda nació el 27 de agosto de 1921en Montecristi, República Dominicana. Pianista, poeta, autor de obras de teatro. Un escritor de gran capacidad intelectual en un país donde predominaba la mediocridad, la envidia y la pobreza cultural.

Estudió música de música en el conservatorio de Santiago de Chile. Vivió en Chile por catorce años. En Chile, en 1945, obtuvo el premio “Orrego Carballo” otorgado por el conservatorio de Chile, y en Chile, también, se publicaron sus primeros poemas, en el 1949, en la revista Atenea, revista de la Universidad de Concepción.

Fue un integrante tardío de La poesía sorprendida, y creador del Pluralismo.

Era miembro de la Academia Dominicana de la Lengua, y director del suplemento cultural «Isla abierta» del periódico Hoy, y director del Conservatorio Nacional de Música.

En seis ocasiones ganó el Premio Anual de Literatura, tres en poesía, dos en teatro y una narrativa. También obtuvo, en 1994, el Premio Nacional de Literatura.

Entre sus obras literarias están La noches (1949 y 1953), Tríptico (1949), La criatura terrestre (1963) y Vacaciones en el cielo. Entre sus obras teatrales, La trinitaria blanca (1957), El Rey Clinejas (1979) y Relato de la Pasión y muerte de Juana Loca (Premio Teatral «Tirso de Molina», 1995). Como compositor, su obra más importante es, quizás, El cancionero litúrgico dominicano, la cual compuso en colaboración con el Obispado de Santiago de los Caballeros, en la República Dominicana.

Fuentes de los poemas y biografía:.  http://www.literatura.us/rueda/ y http://poetasdominicanos.blogspot.com/2008/04/manuel-rueda.html

Nota del autor del blog: Las obras plásticas que sirven de ilustración a esta muestra poética son del pintor dominicano, Guillo Pérez. 
“A mí no me interesaba romper con nada, yo quería sumar”



El autor de Arte de morir regresa a Buenos Aires para participar del VI Festival Latinoamericano de Poesía en el Centro, que empezará mañana. Dice que su obra poética le debe mucho a la narrativa fantástica, pero también “al amor, la muerte o el alegato antibélico”.

Por Silvina Friera

Alguien golpea una puerta. Un recuerdo empecinado la abre con palabras nítidas, como si estuvieran tatuadas en el corazón. Sólo una vez –y hace más de veinte años– el poeta chileno Oscar Hahn, una de las voces más originales de la poesía hispanoamericana, leyó algunos de sus poemas en Buenos Aires. El autor de Esta rosa negra, Arte de morir –“una fiesta mortal del lenguaje”, ponderó Enrique Lihn–, Mal de amor –prohibido por la dictadura militar–, Versos robados, Apariciones profanas y La primera oscuridad, entre otros títulos, regresa a esta ciudad para participar del VI Festival Latinoamericano de Poesía en el Centro, que empezará mañana y se extenderá hasta el sábado, organizado por el Espacio Literario Juan L. Ortiz del Centro Cultural de la Cooperación.

Esta edición, en la que se realizará un homenaje a Juan Gelman, reunirá a poetas de Bolivia, Brasil, Cuba, Uruguay, España, Venezuela, Ecuador, Estados Unidos y Luxemburgo en mesas de lectura y debates con poetas argentinos . “Cuando me invitaron me alegré muchísimo, porque siempre estaba a punto de cruzar la cordillera y nunca lo concretaba. Fue como si los organizadores me hubieran dicho: ‘Ya, hombre, haz tu maleta y vente para acá de una vez por todas’”, cuenta Hahn a Página/12. “Cuando leo frente a un público, tengo la sensación de que los poemas son de otra persona. Me distancio de lo que están diciendo los versos. A veces, durante la lectura oral, cobran relevancia detalles sorprendentes para mí, que no había percibido antes, y que me llevan a preguntarme: ‘¿y de dónde demonios salió esto?’.” 


–Los escritores suelen tener un momento “mítico”, un relato que establece el origen de la vocación, muy anterior a la publicación del primer libro. ¿Cómo fue ese comienzo? 
 

–Claro, existió ese momento, pero no tiene nada de mítico. Fue casi trivial. Yo tenía 16 años y salía con una chica que estudiaba en un liceo. Todos los días iba a esperarla a la salida del colegio y nos juntábamos en la plaza. Una tarde me pidió que le escribiera un acróstico. Yo ni siquiera sabía qué cosa era un acróstico. Entonces, como no quería quedar mal con ella, me fui donde un amigo mayor, que era poeta, y le pedí que me lo escribiera para presentarlo como mío. Al día siguiente se lo mostré, pero ella no me creyó y me exigió que le escribiera otro ahí mismo. Tomé una hoja y puse lo primero que se me vino a la cabeza. Ella lo leyó y me dijo: “Está bien, te creo”. Lo que más me sorprendió fue que no me costó nada hacerlo. Sentí que había descubierto algo nuevo. Me entusiasmé y escribí unos 25 poemas, pero no me gustaron y los tiré a un río que estaba cerca de mi casa. Empecé otra vez desde cero. Son los poemas que están en Esta rosa negra, mi primer libro. 


–Su padre murió cuando usted tenía cuatro años. La orfandad a tan temprana edad es una marca indeleble, ¿no? Que la muerte sea uno de los temas de su poesía, ¿cree que está profundamente imbricado con la muerte de su padre? 
 

–En ese tiempo mis padres, mis dos hermanos y yo vivíamos en Iquique, en el norte de Chile. Cuando mi padre se enfermó de gravedad, lo llevaron a Santiago. Allí murió y allí lo enterraron, de modo que yo no fui testigo de ninguno de los rituales y ceremonias que rodean el fallecimiento de una persona. En esos días ni siquiera me enteré de que mi padre había muerto. Varios meses después estaba en el patio del colegio y un niño empezó a molestarme y a burlarse de mí y de la ausencia de mi padre. No entendí de qué me estaba hablando. Volví a mi casa y le pregunté a mi madre. Ella no respondió nada. Sólo se puso a llorar. Entonces le dije: “Mi papá se murió, ¿no es cierto?”. Ella dijo: “Sí, se murió”. Lo curioso es que no recuerdo nada de lo que acabo de narrar. No existe en mi memoria. Esto me lo contó mi madre muchos años después. La obsesión por la muerte adquirió dos modalidades distintas en mi poesía: la desaparición del individuo y el exterminio colectivo por efecto de la guerra. No sé si la génesis de esa temática está en la muerte de mi padre. Es una posibilidad, claro, pero también puede ser una respuesta que desvía al analista de otras explicaciones menos evidentes. 


–Ser un poeta chileno supone que casi siempre aparezca la pregunta por Pablo Neruda. Pero en su caso su obra no entabla un diálogo con lo nerudiano. ¿Qué significó para su generación la poesía de Neruda? 
 

–A Neruda lo veíamos como una presencia agobiante, pero mi generación, que es la de los sesenta, andaba por otros caminos. Su figura era como una especie de monumento ambulante, pero en la época de Los Beatles, de Los Rolling Stones, de la Revolución Cubana, de la píldora, de Mayo del ’68, de la Guerra de Vietnam, del nacimiento de la era nuclear y de la era espacial, Neruda era un poeta ajeno a nuestras preocupaciones e intereses, así que difícilmente podía influirnos. En mi caso personal, esa voz suya solemne, de tono elevado, como de profeta o de Walt Whitman sudamericano, entraba en conflicto total con la voz de bajo perfil que hay en mis poemas y que hasta tiende a desaparecer. Su poesía tampoco tenía que ver con cosas que a mí me motivaban, como el peligro de una guerra nuclear, el tema fantástico, o con incorporar elementos de la cultura pop. 


–Después del golpe de 1973, después de haber estado encarcelado, tuvo que exiliarse. ¿Cómo impacta la experiencia del terror en el lenguaje, en la escritura? ¿Hay algo así como un “barajar y dar de nuevo”, algo del orden de tener que volver a empezar, de la demolición de las certezas? 
 

–Ocurrió algo curioso. En el año ’77 apareció mi libro Arte de morir, que iba a salir en 1973 y no salió porque vino el golpe militar. Esos poemas fueron escritos antes del golpe y el libro se demoró en publicar porque no encontraba editor. Sin embargo, en el volumen de la Enciclopedia Británica correspondiente al año 1977 dice que es un libro que fue motivado por el golpe militar. Leídos después del golpe, los poemas parecen referirse a ese hecho histórico, aunque lo precedieron. Es como si la experiencia del terror hubiera impactado mi lenguaje antes de que ese terror ocurriera. Es lo que alguna vez llamé las “magias de la lectura”. Lo que sucede es que el lector proyecta sus vivencias actuales en poemas del pasado, pero eso es posible sólo porque el poema lo permite. Entonces no tuve que barajar nada. El futuro ya estaba en ese libro. Seguí desarrollando los mismos temas en los poemas posteriores al golpe, pero ahora dentro del contexto real que Arte de morir no tenía en el momento de su escritura. 


–Mal de amor, el libro que presentará en el Museo del Libro y de la Lengua, se publicó en 1981 y fue prohibido por la dictadura militar. ¿Qué fue lo que molestó de esos poemas? ¿Encuentra alguna explicación o sigue siendo una pregunta sin respuesta? 
 

–A estas alturas hay una serie de teorías, algunas hasta pintorescas, que intentan explicar la censura de Mal de amor. Por ejemplo, que el romance poetizado en el libro sería una relación adúltera, y que el marido supuestamente engañado sería un militar. Al entrar en sospechas habría intervenido para que el libro fuera prohibido. Explicación bastante desubicada, porque en tiempos de la dictadura, si algún personero del régimen quería vengarse de alguien, lo más probable es que recurriera a métodos bastante más drásticos. La respuesta no la sé, pero quizá no es más que otro ejemplo de los cientos de arbitrariedades, abusos y decisiones irracionales que tomaban impunemente los cómplices del régimen. Otros dicen que el libro era lo de menos. Lo que querían era fastidiar a un opositor que estaba en el exilio. 


–Enrique Lihn plantea que Mal de amor “pertenece a una tradición antigua y moderna que incluye al romanticismo, y es nueva como toda vivencia y como toda auténtica palabra poética que siempre es nueva, no importa la antigüedad que convoque y a la que se asocie”. ¿Qué implican para usted estas tradiciones que menciona Lihn? 
 

–Hay ciertas cosas que yo tuve muy claras desde el principio. A mí no me interesaba romper con nada. Yo quería sumar, no restar. El crítico sueco Gustav Siebenmann dijo una vez que yo era el gran integrador de la poesía chilena actual. Lo de “gran” no sé. Lo de “integrador”, sin duda. Por ejemplo, mientras los poetas jóvenes de la época huían de la poesía española como del demonio, yo me sentía atraído hacia los poetas españoles medievales, renacentistas y barrocos, porque los podía leer en mi propia lengua y ver qué es lo que hacían con ella, cómo la trabajaban. En cambio cuando me enfrentaba a los grandes poetas del siglo XX de otras culturas, no tenía esa ventaja. Igual que mis compañeros, los leía en traducción, pero tenía muy claro que si leía a Cavafis sólo hasta cierto punto estaba leyendo a Cavafis, porque lo que tenía no era el original en griego. Algo rescataba de esos poetas gracias a los traductores, pero no tenía ningún acceso a los recursos poéticos que usaban Cavafis, Eliot o Rilke y que eran inherentes a sus respectivos idiomas. 


–Si tuviera que armar un árbol genealógico, ¿a qué escritores incluiría y por qué? 
 

–Los poetas que he leído y sigo leyendo no son necesariamente afines a lo que hago. Incluiría a los nombres indiscutibles del siglo XX y de los siglos anteriores, pero no sus poesías completas, sino ciertos poemas y ciertos libros. Tengo afinidad con algunos y con otros no. Yo sé que hay poetas que sólo leen a aquellos con los cuales se sienten identificados: sus compañeros de ruta, por así llamarlos. En cambio yo leo y admiro a autores que incluso tienen una poética completamente opuesta a la mía. José Donoso me dijo una vez que él veía algo en común entre Arte de morir y la poesía de Gerald Mainly Hopkins, un poeta inglés del siglo XIX que hasta ese momento yo no conocía. También he trabajado bastante con pensadores como Heráclito, Nietzsche o Freud. Las otras estéticas hacia las cuales derivé no provienen de la poesía. El desvío no fue hacia otros poetas, sino hacia la literatura fantástica y hacia la filosofía, a lo que se agregaron manifestaciones como el cine, el jazz, el rock y la pintura. 


–¿Por qué plantea que su obra de las últimas dos décadas le debe más a la narrativa fantástica que a la poesía en verso? 
 

–La presencia de lo fantástico en mi poesía se fue desarrollando gradualmente desde mi primer libro. Esto se acentuó cuando me puse a estudiar ese género y a enseñar un curso de literatura fantástica en la Universidad de Iowa, en el que analizábamos narraciones de los siglos XIX y XX y cuentistas como Borges, Cortázar o Bioy Casares. Incluso publiqué un par de estudios críticos sobre el género en Hispanoamérica. No es que en algún momento me propusiera emplear todo ese material en mi poesía. Lo que sucedió es que se infiltró subrepticiamente en mi imaginario personal y empezó a generar su propio espacio. Fantasmas, prefantasmas y diversos acontecimientos sobrenaturales se hicieron presentes. Otros poemas entraron de plano en la ciencia-ficción. Por supuesto que lo fantástico no es mi única línea. También están el amor, la muerte, el apocalipsis o el alegato antibélico, pero debo reconocer que muchas veces esos temas se intersectan o son contaminados por la dimensión fantástica. 


–¿Qué significó para usted recibir el Premio Nacional de Literatura en 2012? 
 

–El Premio Nacional de Literatura está muy metido en la cultura chilena y su anuncio siempre crea una gran expectativa en la sociedad y en los medios de comunicación. Esto lo he sabido desde que era niño. Recuerdo que el profesor interrumpía la clase para anunciar el nombre del ganador de ese año. Como dijo alguien en forma simpática: “Es como pasar de la noche a la mañana de cura de la parroquia a cardenal”. Es un poco exagerado, claro está, pero da una idea. Tengo la impresión de que esto no sucede en otros países. Para los escritores chilenos que todavía no han recibido el premio es como si anduvieran cargando un peso permanente. Entonces, cuando se hace el anuncio, el ganador se siente completamente liberado. Bueno, así mismo me sentí yo. “Ligero de equipaje”, como diría Antonio Machado.

* Oscar Hahn presentará el jueves a las 19 Mal de amor en el Museo del Libro y de la Lengua (Av. Las Heras 2555).
Tomado de Página 12
Tomado de La Ventana.
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